El arte de la esquina
Boletín N° 118 Año X
Sumario
Apuntes para una Estética del Posimpresionismo
Domingo siete
Velázquez
Apuntes para una Estética del Posimpresionismo(9a. Parte)
Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro
Toulouse-Lautrec con una
modelo - Fotografía de Maurice Guibert
El Posimpresionismo
tuvo en Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec uno de sus representantes más
sobresalientes y polémicos, tanto en lo estrictamente estético, como en lo
personal. Tanto es así que una parte de la crítica no lo admite como integrante
de ese movimiento y lo asimila al Impresionismo.
Lavandera - Toulouse-Lautrec
Por el dual
comportamiento con sus modelos (Carmen Gaudin, Marie Charlet, y otras) se le
comparó con Goya. Por una parte, su trato cruel y por otra, cuando lograba
simpatizar con ellas, también supo ser gentil y respetuoso.
La actriz Antonia Zárate – Goya
Para sus obras Toulouse-Lautrec
tomó temas de la vida urbana, valiéndose (como Paul Gauguin) del caricato,
razón por la cual sus personajes tienen rasgos humorísticos y caricaturescos.
Autorretrato – Toulouse-Lautrec
Autorretrato caricaturesco - T. Lautrec
Sus delineadas
producciones de composición asimétrica, con colores planos muestran su interés
(el que compartió con Vincent van Gogh y Paul Gauguin) por las estampas
japonesas, que estaban de moda en el París de entonces.
La Japonesa – Claude Monet
En sus obras aparecen las bailarinas del Moulin Rouge. Éstas
en esa época eran vistas en Europa como muy audaces, pues los occidentales
consideraban sus poses atrevidas. Sin embargo, parecían delicadas y suaves para
Oriente.
Salon de la rue des Moulins – Toulouse-Lautrec
Los japoneses tenían otro concepto del
erotismo. No hay comparación posible de
las modelos de Toulouse-Lautrec
en el cabaret, con las mujeres representadas por Utamaro en el Barrio de
los Placeres de Edo.
Japonesa – Utamaro
Incluso la misma firma de Toulouse-Lautrec estaba inspirada en los sellos japoneses que venían en las estampas. Se valió no solo del diseño, sino que además utilizó para firmar algunas de sus obras el rojo, como los japoneses lo hacían.
Sello con Firma de Toulouse-Lautrec
En la provincia de Buenos Aires, Argentina circula aún hoy una versión en la que se cuenta que había dos hombres que eran compadres. Uno llamado Damián y el otro Lázaro. Éste era tan pobre que a veces tenía que recurrir a la ayuda de su pariente que era rico, aunque era bastante avaro y conocido en el pueblo como amarrete. Siempre para asistirlo ponía objeciones que sólo eran excusas para no darle nada.
Un día Lázaro salió a buscar trabajo para cubrir las necesidades que sus escasos ingresos no alcanzaban a satisfacer. Salió con un rumbo distinto al acostumbrado pensando que podía cambiarle la suerte. Sin saberlo explícitamente, pero quizás sí “por ciencia infusa”, reproducía el pensamiento de Ramón Lulio, según el cual el pobre dotado de esperanza vive mejor que el rico sin ella. Tal era la afirmación del casi olvidado sabio medieval.
Caminó Lázaro hasta
el crepúsculo y cuando ya casi le había ganado el desánimo, recuperó la
esperanza de hallar algo, cuando a lo lejos vio un rancho. Pero volvió a decaer
al acercarse más y comprobar que estaba abandonado. Decidió entonces regresar a
su casa antes de que anocheciera. De pronto oyó que venía gente. El susto lo
hizo esconderse y saltar sobre un tirante del techo de la tapera.
Eran unos
paisanos que él nunca había visto. Entraron en la chabola, prendieron un
fueguito y luego de unos cuantos vinos comenzaron a cantar: “lunes y martes, y
miércoles tres, jueves y viernes y sábado seis”. La reunión se iba animando
cada vez más. Después comenzaron a bailar, siempre al ritmo de los mismos
versos. El pobre campesino al principio se divertía, pero al pasar las horas, siempre con la misma
canción, se comenzó a aburrir. Fue entonces que, cuando los cantores llegaron una
vez más a: "sábado seis", él
gritó: “¡A las cuatro semanas se ajusta el mes!”
Los hombres dejaron de
cantar. Miraron hacia el lugar de donde provenía la voz y dijeron:
Y para recompensarlo
por su aporte, le dieron oro equivalente a una gran cantidad de dinero. No se
sabe cuál era en origen de esa fortuna. Quizás esos hombres fueran los míticos
o históricos bandidos rurales.
Al volver a su casa loco de
contento, Lázaro le pidió a su mujer que fuera a ver a Damián para pedirle
prestada una balanza (sabiendo que la tenía) para medir mejor, sopesando con
mayor exactitud las riquezas recibidas como regalo. Damián,
intrigado por el pedido, untó uno de los platos con grasa, con la oculta intención
de que un poco de lo que fuera ponderado allí quedara adherido. Al recibir de
regreso el aparato, notó que había polvo de oro y fue inmediatamente a lo de su
compadre a preguntarle de dónde lo había
sacado.
DOMINGO SIETE
Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro
En la aldea era común oír
a los padres de jóvenes que salían a divertirse, decir como advertencia: “No me
vendrás luego con un domingo siete.” Se sobreentendía que eso significaba que
no fuese a complicar malamente su propia
vida o la de su familia. También se usaba para referirse a aquellas acciones o
comentarios sorprendentes que espantarían, causarían dolor o enojarían a los
demás.
Al oír esa expresión
sonaba interiormente una alarma ancestral, las más de las veces, asociada al
comportamiento sexual. El saber popular volcó esos contenidos en leyendas que
desde la Galicia Medieval se conservaron, reprodujeron y desparramaron por el
mundo con la diáspora. Una prueba de ello es el libro Cuentos de mi tía Panchita de la escritora costarricense María Isabel Carvajal, quien bajo el pseudónimo de Carmen
Lyra ocultaba a la pedagoga renovadora y activista política del pasado siglo.
María Isabel Carvajal Quesada (Carmen Lyra)
En aquel relato, en
circunstancias desconocidas, cuando un campesino recorría de noche un bosque, tropezó con una
casa en la que unas brujas cantaban: “lunes 1, martes 2, miércoles 3”. El inesperado
visitante interrumpió el canto diciendo: “jueves 4, viernes 5, sábado 6”. Las
hechiceras, contentas, lo premiaron dándole de regalo objetos muy
valiosos.
valiosos.
Al enterarse su patrón
quiso imitarlo para lograr beneficios similares. Por eso es que se presentó en
el mismo lugar y, cuando ellas terminaron de entonar su copla, él agregó: “domingo 7”. Pero esta vez,
la reacción de las encantadoras fue muy distinta de aquella otra, pues el
intruso terminó siendo muy fuertemente castigado.
En la provincia de Buenos Aires, Argentina circula aún hoy una versión en la que se cuenta que había dos hombres que eran compadres. Uno llamado Damián y el otro Lázaro. Éste era tan pobre que a veces tenía que recurrir a la ayuda de su pariente que era rico, aunque era bastante avaro y conocido en el pueblo como amarrete. Siempre para asistirlo ponía objeciones que sólo eran excusas para no darle nada.
Un día Lázaro salió a buscar trabajo para cubrir las necesidades que sus escasos ingresos no alcanzaban a satisfacer. Salió con un rumbo distinto al acostumbrado pensando que podía cambiarle la suerte. Sin saberlo explícitamente, pero quizás sí “por ciencia infusa”, reproducía el pensamiento de Ramón Lulio, según el cual el pobre dotado de esperanza vive mejor que el rico sin ella. Tal era la afirmación del casi olvidado sabio medieval.
Ramón Lulio
-
¿Qué hace allí? ¡Baje, amigo!
- Cuando los oí llegar, me asusté y me escondí.
- No se preocupe
paisano, le estamos muy agradecidos, porque nos ayudó a completar nuestra
canción y a alargarla un poco.
Mientras Lázaro
le contaba su aventura, Damián planeaba imitarlo para ampliar el contenido de sus
arcas. Y así lo hizo. Se presentó en la misma vivienda, se trepó por el horcón a
la cumbrera y esperó a que llegaran los gauchos cantores. Ellos encendieron un
fuego, prepararon algunos vinitos y cuando ya estaban bastante “entonados” entonaron:
“lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, y sábado seis. A las
cuatro semanas se ajusta el mes”.
La repetición del canto empezó a impacientarlo y cuando nuevamente llegaron a "sábado seis", gritó: “¡Falta domingo siete!” Los paisanos enardecidos bajaron a Damián y empezaron a darle lo que prometía ser una buena paliza. Sin embargo, hábilmente él logro zafar y salir, aunque con algunos magullones, como alma que lleva el diablo. La historia se propagó en la región pampeana como un secreto a voces o, como acostumbran a decir en el pago: “como reguero de pólvora”.
La repetición del canto empezó a impacientarlo y cuando nuevamente llegaron a "sábado seis", gritó: “¡Falta domingo siete!” Los paisanos enardecidos bajaron a Damián y empezaron a darle lo que prometía ser una buena paliza. Sin embargo, hábilmente él logro zafar y salir, aunque con algunos magullones, como alma que lleva el diablo. La historia se propagó en la región pampeana como un secreto a voces o, como acostumbran a decir en el pago: “como reguero de pólvora”.
Esta versión criolla se asemeja a la germánica, recogida
y divulgada por los hermanos Grimm a finales del siglo XVIII. La narración
que ellos dieron a conocer habla de dos personajes antagónicos en sentimientos,
acciones e intenciones, que se encuentran en una situación infortunada. Mientras uno enfrenta las circunstancias adversas
con valentía y honestidad, el otro prefiere huir y sacar ventaja. En el
desenlace el primero es premiado y el otro castigado.
Hermanos Grimm
El
folclore, según el académico gallego Ramón Menéndez Pidal, vive en variantes.
Éstas pueden ser espaciales o temporales. Así, por encima de las diferencias,
se puede observar un conjunto de constantes: protagonistas, ambientes, cantos y
desenlace. Los personajes son dos varones que pueden ser vistos desde las diferencias:
patrón y trabajador, rico y pobre, o desde la paridad: compadres, hermanos o
amigos que encarnan valores y disvalores opuestos, polarizados. La división
dicotómica y maniquea señala el bien, la valentía y la honestidad enfrentados al mal, la cobardía y la mezquindad.
Menéndez Pidal – Bruno Beran
El
entorno en que se desarrolla la acción es un lugar no poblado: un bosque, una
casa abandonada o un cobertizo. Siempre hay personajes secundarios: sean estos
fantásticos (gnomos o duendes) o reales (brujas, paisanos o bandidos rurales)
que cantan coplas incompletas referidas a los días de la semana, sin mencionar
el domingo, que funciona como catalizador que precipita el desenlace. Éste
lleva implícita una moraleja. El sujeto de buena voluntad es premiado y el de
mala fe es castigado.
Las razones para esto quizás haya que buscarlas en las creencias
judías y cristianas que pudieron haber dado origen al relato. El domingo es el día del Señor y no se debería pronunciar,
como tampoco el Santo nombre del Señor, en
vano. Siete son los pecados capitales: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira,
envidia y soberbia. El antagonista parece reunir un cúmulo de todos ellos. Eso
lo hace acreedor al castigo. Finalmente, el siete es un número primo, como el
tres, portador de un capital simbólico tal que apela y remite a lo mágico.
Los siete pecados capitales – El Bosco
Notablemente, la moraleja al elogiar las buenas acciones y
censurar a las otras, no trascendió tanto como la expresión “domingo siete”
para referirse a lo no deseado. Tal vez, porque por siglos los padres insistieron
más enfáticamente en aquello que les afectaría y cuyas consecuencias temían,
que en que incentivar a sus hijos para que actuaran correctamente. Desde el
pueblo en que se repitió el lema ancestral sin reflexionar sobre él, busco
respuestas a situaciones infortunadas e indeseadas ahora incluso desde la
prevención que la leyenda supone.
VELÁZQUEZ
Texto: Prof.: Graciela Sovrán
Haro
Imagen:Prof.:Elsa Sposaro
Autorretrato - Velázquez -Las Meninas
Flotando en el aire el
“Polifemo”,
Aroma sutil de “Soledades”.
Negro peñón el cuerpo,
Aguileña la nariz turgente.
Nos mira desnudándonos el alma,
Gesto sobrio, adusto, reticente.
Medio arco vibrante los labios,
Ancha frente cual un monte,
Ojos oscuros, piel mediterránea,
Inteligencia en el recato de su
“dicere”.
Una flor culterana en el retrato,
La fuerza ciclópea tras el
hombre.
Don Luis es retratado por
Velázquez.
El pintor simplifica la retórica,
El retórico eterniza las
verdades.
Luis de Góngora - Velázquez
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