martes, 24 de marzo de 2015



El arte de la esquina

Boletín Mensual Nº 92 Año VIII

Marzo 2015




















                              Aquiles y Pentesilea - Ánfora griega antigua 



SUMARIO


Apuntes para una Estética del Simbolismo 
Las vencidas
Delfina e Hipólita




Apuntes para una Estética del Simbolismo
Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Elsa Sposaro



Para aproximarnos al Simbolismo, surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX, se hace imprescindible su contextualización.

Las políticas coloniales de las naciones europeas incrementaron sus acciones depredadoras en África y Asia, mientras surgía en el horizonte Estados Unidos de Norte América con el mismo propósito e idéntica exigencia de acelerar el proceso de industrialización.

Para entonces las pequeñas empresas fueron absorbidas por las grandes, que concentraron enormemente su capacidad económica. El poder político a ellas asociado buscó mercados nuevos para sus muchas mercancías.

Los intereses de lucro, la búsqueda de la máxima rentabilidad y el desprecio de las necesidades humanas, característicos del capitalismo se hicieron aún mayores, posibilitando la expansión imperialista, que superó y traspasó los límites territoriales de las naciones. Las metrópolis industriales se constituyeron en el centro del mundo y el resto se tornó en periferia.

Los conflictos sociales y políticos abundaron. Así, en Francia, la Guerra Franco-Prusiana primero, y el fracaso de la Comuna de París, después, hicieron que surgiera en 1873 la Tercera República, intentando recuperar el vigor perdido.



                                                        El sitio de París - 1870






En España la Revolución liberal hizo caer a Isabel II, aunque posteriormente la monarquía fue restaurada. Para luego instaurar la Primera República, con simultaneidad a la Tercera, al este de Los Pirineos.




Isabel II de España





Alegoría de la I República




Alemania conoció el Imperio y la formación de un partido ideológico de masas: el Social-Demócrata, mientras Roma se hizo capital de Italia y se puso fin a los Estados Pontificios.

En ese clima de inestabilidad extrema, se reunió en 1869, el Concilio Vaticano I, que intentó enfrentar los conflictos con una mirada ecuménica, pero que culminó afirmando como dogma la infalibilidad del Papa.




 Concilio Vaticano I



Sin embargo, ni la religión ni los aportes al conocimiento científico (como los hechos por Mendeleiev, al elaborar la Tabla Periódica de Elementos) pudieron impedir el desarrollo de los acontecimientos que conducirían a Armagedón, la Gran Guerra (que fue conocida como IGM).

Es comprensible que, en estas circunstancias el Simbolismo rechazara tanto al Romanticismo como al Realismo (aún en su variante más atenuada, como el Naturalismo).


Los artistas simbolistas en Literatura y en Artes Plásticas proclamaron a la imaginación como el modo más auténtico e idóneo para interpretar todo lo que es. 




Las vencidas
Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Elsa Sposaro

Por un tiempo hemos vivido en las proximidades del Mar Negro y aunque fundamos la ciudad de Esmirna y algunas otras prósperas localidades del Asia Menor, sólo se conoce de nosotras lo que difundieron quienes después de vencernos, nos agraviaron con falsos testimonios y mentiras agraviantes.

Hasta sus verdades (a medias) nos difamaron. Así Apolonio llegó a decir que, dedicadas a las obras de Ares, el dios griego de la guerra, éramos movidas únicamente por la soberbia. El mismo cuento, quizás con algún sustento real,fue narrado por Herodoto. Él,considerado como padre de la Historia (y la Geografía) nos describió en el siglo V a.C como asesinas de varones.

La etimología de nuestro nombre se construyó sobre la base de esos prejuicios. El dialecto ático hizo derivar "amazonas" de un término que entonces equivalía a "sin pecho". En el protoindoeuropeo significaría que "no teníamos marido". En el iraní sería sinónimo de: "guerreras". Y es este último el sentido que se conservó.

El historiador y mitógrafo griego del s.II a.C. Apolodoro dijo que anualmente nos uníamos a los varones con fines reproductivos exclusivamente para evitar la extinción de nuestra cultura.

Ulrico Schmidl (miembro de la expedición de Don Pedro de Mendoza, Primer Adelantado del Río de la Plata) contó a mediados del siglo XVI que nuestras hermanas halladas en el corazón ignorado y oscuro de América del Sur recibían visitas masculinas tres o cuatro veces en el año, con el mismo propósito.

Los antiguos aseguraron que, cuando paríamos niños o los abandonábamos o los enviábamos a sus padres o los matábamos. Si las recién nacidas eran niñas, las manteníamos con nosotras, las criábamos, cuidábamos y amamantábamos.

Es por eso que, nuevamente según Apolodoro conservábamos nuestro pecho izquierdo, mientras que el derecho lo comprimíamos (o lo cortábamos) para facilitar el disparo del arco.

Por su parte, aquel viajero moderno aseguró que lo quemábamos, para mejorar nuestros aciertos y que cada flecha diese de lleno en su blanco.

Contaron los historiadores helenos que los grandes batalladores míticos nos enfrentaron y vencieron, como lo hizo Belerofonte montado en Pegaso (el caballo alado de Zeus). El mítico exterminador de la Quimera fue contra nosotras.Ella se presentaba como un ser monstruoso de muchas cabezas (entre ellas la de un león y la de una cabra) que asolaba las tierras Licia.



                                           Belerofonte y la Quimera - Mosaico


Nosotras los molestábamos tan sólo por existir en oposición a su forma de vida androide. Bendito Zeus que con su real justicia condenó al hombre a recordar meramente sus logros pasados y premió al animal, permitiéndole permanecer entre los dioses olímpicos.

Las valientes hermanas: Pentesilea, Antíope e Hipólita fueron víctimas de los grandes héroes helénicos. Ellas hicieron honor a su origen divino como dignas descendientes del rojo Marte.

Mas cuando participaron de la Guerra de Troya, Aquiles (el semidios hijo de Tetis y Peleo) mató en combate a Pentesilea se enamoró de ella y provocó el retiro de las bravas combatientes amazonas, según refirió también Virgilio. Este poeta presenta a la muerta como hija de Ares y Otrera.

Antíope fue raptada por Teseo. El hijo de Egeo y Etra la tomó en matrimonio e hizo de ella la única casada. Claro que, en otra versión se afirmó que el matador del Minotauro se casó con Hipólita (cuyo nombre significa la que deja sueltos a los caballos).

Finalmente Hércules (hijo mortal de Júpiter y Alcmena) tuvo como novena tarea, arrebatar el cinturón mágico que Ares le diera a su hija Hipólita como símbolo de su autoridad principal.

Heracles, llamado así por ser la gloria de Hera, a quien recordamos mejor como filicida, para cumplir con su detestable trabajo secuestró a Melanipa (hermana de la reina Hipólita) para que ella entregase la reliquia y se diese por vencida definitivamente.




De ahí en más, las famosas guerreras derrotadas: Clonia, Polemusa, Derinol y Evandra, y las otras, desde el anonimato, siempre insistiremos en la lucha buscando en esta cruel trama otro desenlace.




ESQUEMA DE LAS VENCIDAS

  • VERSIONES

        Antiguas

            . romana: Virgilio
            . griegas: Apolonio
                             Herodoto
                              Apolodoro
       Moderna

             . Ulrico Schmidl


  • ETIMOLOGÍA: AMAZONAS
Dialecto ático: sin pecho
Protoindoeuropeo: sin marido
Iraní: guerreras


  • AMAZONAS: HIJAS DE ARES (MARTE) Y OTRERA

Pentesilea

           Antíope

           Hipólita

           Melanipa

           Clonia

           Polemusa

           Derinol

           Evandra

           ...

  • HÉROES GRIEGOS

Belerofonte (=Asesino de Belero)
Hijo de Poseidón y Eurínome.
Doma a Pegaso y con él vence a la Quimera.
Lucha contra las Amazonas.

          Aquiles

Hijo de Peleo y Tetis mata en combate a Pentesilea y se enamora de ella.

         Teseo

          Hijo de Egeo y Etra rapta a Antíope y se casa con ella o con Hipólita.


        Hércules

Secuestra a Melanipa (= Yegua Negra) para completar la 9ª tarea:
Conseguir el cinturón que Marte diera a la reina Hipólita.
Ella lo entrega para liberar con vida a su hermana.


   

Delfina e Hipólita
Charles Baudelaire


A la pálida claridad de las lámparas mortecinas,
Sobre profundos cojines impregnados de perfume,
Hipólita evocaba las caricias intensas
Que levantaran la cortina de su juvenil candor.

Ella buscaba, con mirada aún turbada por la tempestad,
De su ingenuidad el cielo ya lejano,
Así como un viajero que vuelve la cabeza
Hacia los horizontes azules transpuestos en la mañana.

Sus ojos apagados, las perezosas lágrimas,
El aire quebrantado, el estupor, la mohína voluptuosidad,
Sus brazos vencidos, abandonados cual vanas armas,
Todo contribuía, todo mostraba su frágil beldad.

Tendida a sus pies, tranquila y llena de gozo,
Delfina la cobijaba con ardientes miradas,
Como una bestia fuerte vigilando su presa,
Luego de haberla, desde luego, marcado con sus dientes.

Beldad fuerte prosternada ante la belleza frágil,
Soberbia, ella trasuntaba voluptuosamente
El vino de su triunfo, y se alargaba hacia ella,
Como para recoger un dulce agradecimiento.

Buscaba en la mirada de su pálida víctima
La canción muda que entona el placer,
Y esa gratitud infinita y sublime
Que brota de los párpados cual prolongado suspiro.

—"Hipólita, corazón amado, ¿qué dices de estas cosas?
Comprendes ahora que no hay que ofrendar
El holocausto sagrado de tus primeras rosas
A los soplos violentos que pudieran marchitarlas?

Mis besos son leves como esas efímeras
Que acarician en la noche los lagos transparentes,
Y los de tu amante enterrarían sus huellas
Como los carretones o los arados desgarrantes;

Pasarán sobre ti como una pesada yunta
De caballos y de bueyes con cascos sin piedad...
Hipólita, ¡oh, hermana mía! vuelve, pues, tu rostro,
Tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi mitad,

¡Vuelve hacia mí tus ojos llenos de azur y de estrellas!
Por una sola de esas miradas encantadoras, bálsamo divino,
De placeres más oscuros yo levantaré los velos
¡Y te adormeceré en un sueño sin fin!"

Mas Hipólita, entonces, levantando su juvenil cabeza:
—"Yo no soy nada ingrata y no me arrepiento,
Mi Delfina, sufro y me siento inquieta,
Como después de una nocturna y terrible comida.

Siento fundirse sobre mí pesados terrores
Y negros batallones de fantasmas esparcidos,
Que quieren conducirme por caminos movedizos
Que un horizonte sangriento cierra por doquier

¿Hemos perpetrado, entonces, un acto extraño?
Explica, si tú puedes, mi turbación y mi espanto:
Tiemblo de miedo cuando me dices: "¡Mi ángel!"
Y, empero, yo siento mi boca acudir hacia ti.

¡No me mires así, tú, mi pensamiento!
¡Tú a la que yo amo eternamente, mi hermana dilecta,
Aunque tú fueras una acechanza predispuesta
Y el comienzo de mi perdición!"

Delfina, sacudiendo su melena trágica,
Y como pisoteando sobre el trípode de hierro,
La mirada fatal, respondió con voz despótica:
—"Entonces, ¿quién, ante el amor, osa hablar del infierno?

¡Maldito sea para siempre el soñador inútil
Que quiso, el primero, en su estupidez,
Apasionándose por un problema insoluble y estéril,
A las cosas del amor mezclar la honestidad!

¡Aquel que quiera unir en un acuerdo místico
La sombra con el ardor, la noche con el día,
Jamás caldeará su cuerpo paralítico
Bajo este rojo sol que llamamos amor!

Ve tú, si quieres, en busca de un navío estúpido;
Corre a ofrendar un corazón virgen a sus crueles besos;
Y, llena de remordimientos y de horror, y lívida,
Volverás a mí con tus pechos estigmatizados...

¡No se puede aquí abajo contentar más que a un solo amo!"
Pero, la criatura, desahogándose en inmenso dolor,
Exclamó de súbito: —Yo siento ensancharse en mi ser
Un abismo abierto; ¡este abismo es mi corazón!

¡Ardiente cual un volcán, profundo como el vacío!
Nada saciará este monstruo gimiente
Y no refrescará la sed de la Euménide
Que, antorcha en la mano, le quema hasta la sangre.

¡Que nuestras cortinas corridas nos separen del mundo,
Y que la laxitud conduzca al reposo!
Yo anhelo aniquilarme en tu garganta profunda
Y encontrar sobre tu seno el frescor de las tumbas!"

—¡Descended, descended, lamentables víctimas,
Descended el camino del infierno eterno!
Hundios hasta lo más profundo del abismo, allí donde todos los crímenes,
Flagelados por un viento que no llega del cielo,
Barbotean entremezclados con un ruido de huracán.
Sombras locas, acudid al cabo de vuestros deseos;
Jamás lograréis saciar vuestra furia,
Y vuestro castigo nacerá de vuestros placeres.

Jamás un rayo fugaz iluminará vuestras cavernas;
Por las grietas de los muros las miasmas febricentes
Fíltranse inflamándose cual linternas
Y saturan vuestros cuerpos con sus perfumes horrendos.

La áspera esterilidad de vuestro gozo
Altera vuestra sed y enerva vuestra piel,
Y el viento furibundo de la concupiscencia
Hace claquear vuestras carnes como una vieja bandera.

¡Lejos de los pueblos vivientes, errantes, condenadas,
A través de los desiertos, acudid como los lobos;
Cumplid vuestro destino, almas desordenadas,

Y huid del infinito que lleváis en vosotras!




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