El
arte de la esquina
Boletín mensual Nº 80-Año VII
Marzo de 2014
Boletín mensual Nº 80-Año VII
Marzo de 2014
Miniatura de Las Siete Partidas (Alfonso X el Sabio)
SUMARIO
Apuntes para una Estética del Impresionismo (Quinta parte)
Homero
Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro
Los pintores
impresionistas espantan a la burguesía con cuadros que desafían el buen gusto
de la época, que muestran desnudos incongruentes con la moral vigente.
Desayuno sobre la hierba - Manet
La hostilidad es general.
Sin embargo, los artistas consiguen hacer siete muestras hasta el año 1886,
cuando el grupo se separa y dispersa, para contactarse con otros artistas
extranjeros (no franceses).
En 1894 el Museo del
Louvre recibe cuadros impresionistas donados por Gustave Caillebotte, en medio
de una gran resistencia.
Autorretrato con caballete - Gustave Caillebotte
No obstante, el escritor Emile Zola y Paul Durand-Ruel (marchand) continúan sosteniendo la pintura impresionista. Ambos, con su defensa posibilitan una nueva fórmula de apreciar la ciudad, la campiña, el río y el mar. El lugar elegido como tema para sus cuadros queda como título para sus obras.
La estación del ferrocarril - Manet
Le pont de l´Europe - Monet
Boulevard des italiens - Pissarro
Place de la Concorde - Degas
Los impresionistas
valoran el movimiento y la modernidad. Así es que pintan tanto nubes y
bailarinas como puentes y ferrocarriles.
Bailarinas - Renoir
Vista de la exposición universal de París - Manet
Tras
los cambios introducidos por la Revolución Industrial, las Artes Plásticas
están en condiciones de valerse de nuevos recursos técnicos, como la
fotografía. Ella facilita la pintura de escenas complejas y abigarradas, como
“Música en las Tullerías” de Manet.
Música en las Tullerías - Manet
En 1904 Theodore Duret
compra telas y publica su obra “Historia del Impresionismo”, libro que ayuda a
la valoración más positiva de la escuela. La pugna de los impresionistas por
hacerse de un lugar en el mundo de las Artes Plásticas se figura muy difícil
desde aquí. Pero tanto el público como la crítica finalmente terminan por
aceptar a los renovadores en toda Europa y América.
Retrato de Theodore Duret - Manet
HOMERO
Texto:Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro
La tía Asunción
siempre nos ayudaba a la hora de hacer las tareas escolares proporcionándonos
información adicional. No sólo contextualizaba y adaptaba los contenidos
curriculares, sino que los tornaba más atrayentes, al embellecerlos
adornándolos con las reliquias de que nuestra tradición dispone, porque el
pueblo las atesora.
Así, por ejemplo,
cuando el plan de estudios pedía que supiéramos de las Guerras Carlistas, ella
nos introducía tangencialmente en esas contiendas. No hacía referencia a la taxativa
enumeración de las batallas ni al cúmulo de datos frecuentemente anexados a
ellas. Se limitaba a contarnos historias que hacían que nuestra imaginación
volara y nos permitían acceder (casi como observadores participantes) al
espectáculo que ofrecían los acontecimientos de un mundo perdido.
De este modo sucedió
mi primera aproximación a esta leyenda. Mucho tiempo después conocí otras
versiones: más breves o extensas, con mayor o menor profusión de detalles,
hechos y personajes, localizadas en distintas comarcas de Galicia.
Había una vez, hace ya
mucho tiempo, en la Provincia de La Coruña, en el pueblo de Soandres,
Ayuntamiento de Laracha, un clérigo muy rico, conocido como usurero. Llevaba no menos de treinta años en la
parroquia y esa permanencia le permitió acumular una gran cantidad de dinero.
En honor a la verdad,
cabe decir también que era especialista en deshacer conjuros y muy entendido en
encantamientos y brujerías.
En aquellos años las
gentes del país estaban en las llamadas “Guerras Carlistas”. Había partidas de
guerrilleros que luchaban a favor de Don Carlos y otras por la reina Isabel. Y
aunque de ninguno de estos grupos se diría “bueno”, los peores eran los que
peleaban para sí mismos y mataban a mansalva y robaban cuanto querían, sin
peligro para ellos, ocultos y protegidos por el crimen de la guerra.
Pero, volviendo al
relato, el religioso no las tenía todas consigo, pues temía perder la fortuna
que amasara durante tantos años de recoger y acumular rentas, arriendos,
alquileres, diezmos, obladas y más.
Esos eran los pagos
que los labradores tenían que hacer a la Iglesia en aquellos tiempos de miseria
para los pobres (casi toda la gente trabajadora) y de hartazgo para los amos
(sólo unos pocos ociosos).
Pero el cura era un
auténtico orífice, pues como él trabajaba el oro, aunque no vivía de la labor
de sus manos como un artesano lo hacía.
En la casa del
religioso había un criado con trazas de ser algo parvo y por tal y corto era
tenido por todos (y por el cura más aún). Eso que el joven tenía de apocado y
disminuido le hacía mucha falta. Se le consideraba tonto, estúpido, privado (de
inteligencia), pero lo que quizás le
faltaba era coraje, valentía. Hay que reconocer que para algunos tal vez era un
poquito cobarde de más.
Siempre espiaba al
sacerdote, cuando lo oía ir a guardar dinero en el cofre que tenía oculto y que
cerraba con dos llaves que se colgaba del cuello.
Un día le vio meter
unas monedas de oro y de plata que estaban en el cofre (que oficiaba de caja
fuerte) en una gran bolsa de cuero. Luego el cura salió a la ventana y lo
llamó: “¡Homero!” y le mandó ensillar su cabalgadura y prepararse para
acompañarlo. Después puso la bolsa en las alforjas y juntos emprendieron el
camino.
Encararon hacia la
sierra y anduvieron hasta llegar a lo más alto del monte y desde allí comenzaron a bajar. A los pocos minutos el
abad se detuvo delante de una gran roca con forma de visera, que a la vez que
señalaba ocultaba una pequeña cueva en su base.
Al momento de estar
allí, salió a su encuentro una serpiente
que estaba escondida en la gruta. El sacerdote la tomó y la ató, cerrando con
ella la boca de la bolsa, como hubiera hecho con una soga o una cuerda.
Enseguida la colocó en el lugar exacto que ocupara antes de su llegada, diciendo
estas mágicas palabras:
“El que de aquí te
sacare, tres besos te ha de dar.”
Oyendo este hechizo el
criado quedó como atontado. Sin embargo, durante todo el tiempo que llevó el
camino de vuelta, pensó en robarlo y volver a su casa. Con ese dinero podría comprar
tierras y vacas y vivir mejor con su familia, sin pasar las privaciones a las
que muy contra su voluntad estaba acostumbrado.
Pasó algún tiempo sin
que el muchacho olvidase el asunto. Mas, una vez, cuando su patrón tuvo que
bajar a la ciudad de Santiago de Compostela, por unos días, en cuanto el amo se
marchó de la casa, el privado tomó el camino de la sierra tan fuertemente
evocada.
Llegado a la roca del
encantamiento, le salió al cruce la serpiente con aspecto amenazante. Él se
asustó mucho al ver que el reptil era tan grande, muchísimo más de lo que él
recordaba. Y es por eso que en aquella oportunidad Homero se marchó sin haber
cumplido el objetivo.
Al volver al pueblo,
sin estar satisfecho, decidió ir otra vez a desencantar el tesoro. Y volvió. Al
amanecer del día siguiente salió armado de valor. Llegado que hubo a la roca,
nuevamente le salió al encuentro el temido ofidio. Entonces pensó:
”Mi amo dijo: ’El que
de aquí te sacare, tres besos te ha de dar.’ “
Obediente a aquel
conjuro, tomó al animal y le dio un beso en la cabeza. El ofidio se quedó sólo
un poco quieto. Le dio otro beso, esta vez en el lomo y así consiguió que se
quedara más quieto aún. Por último, le dio el tercer beso en la punta del rabo
y la sierpe se paralizó totalmente. El zagal tomó la bolsa con las monedas y se
marchó para su tierra.
No se sabe si el mozo
luego fue feliz o no, porque sus vecinos no tuvieron más noticias de Homero, el
rapaz medio parvo, que había sido criado del clérigo.
Sin embargo, algo de
esta historia se supo, pero cómo llego a ser conocida es un secreto que no se
pudo desvelar. Hay quien presume en otras parroquias de haberlo descubierto.
La tía Chon finalizaba
el relato diciendo que también están los que cuentan que una rapaza, de nombre
Hemera (Día) era la protagonista de la leyenda y que la joven usó el dinero del
botín como parafernal entrega matrimonial, a falta de dote.
NOTAS (que puede
saltar quien lee sólo leyendas)
Homero: el nombre del
criado algo parvo alude a la etimología griega de O meros (el privado).
Las Guerras Carlistas:
designan a las tres contiendas civiles españolas del siglo XIX, por la sucesión
al trono. Don Carlos María Isidro de Borbón, por ser hermano de Fernando VII,
lo reclamaba . Su política era absolutista y reunía en torno a su figura a los
más conservadores. En el otro bando, los partidarios de Isabel II (hija del
monarca) se contaban más bien entre los liberales.
La cuestión ideológica
era la máscara que ocultaba malamente el único objetivo de unos y otros:
hacerse del poder. La fuerza fue el único argumento para dirimir una cuestión
inmoral: el derecho o privilegio de algunos a reinar sobre todos.
Además de esas tres,
hubo una intentona carlista u Ortegada,(complot organizado por el general
Ortega) entre la segunda y la tercera. Como la dels Matiners (Madrugadores)
tuvo su centro en Cataluña, mientras que la última arrancó de las provincias
vascongadas y Navarra. Luego de disipados los fuegos fatuos de estos conflictos
bélicos, España conoció (por un año) la Primera República.
Las Leyes Sálicas:
fueron promulgadas en el siglo VI por Clodoveo I, rey delos francos (salios).
Ellas le impedían a las mujeres heredar, con la excusa de una presunta (y
siempre posible) infidelidad.
Aunque en España el “
Código de las siete partidas” de Alfonso X, el Sabio mandaba otra cosa, el
poder patriarcal prefirió excluir a unas en beneficio de otros. Este es el
sustento para que Cristóbal Colón en su Testamento mandara que mientras hubiera
un varón de su linaje, no lo heredase mujer alguna.
Es Felipe V (por ser de
origen francés) quien introduce la norma
en la península ibérica en 1713. Y aunque la pragmática sanción de Carlos IV la
deroga en 1789 (año de la Revolución francesa) no es promulgada sino hasta
1830, cuando nace Isabel, la hija de Fernando VII y su cuarta esposa: María
Cristina de Borbón, para permitirle acceder al trono.
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