jueves, 29 de agosto de 2013

El arte de la esquina
Boletín mensual N° 73 - Año VII

Agosto de 2013


Jean Baptiste Camille Corot




SUMARIO
Apuntes para una Estética del Realismo (6° Parte)
Zulema
De gatos




Apuntes para una Estética del Realismo (6° Parte)
Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro

Los decimonónicos paisajes urbanos desoladores, descorazonadores, con su hacinamiento, suciedad, enfermedad y explotación son verdaderas “antesalas, del infierno” al decir de Víctor Hugo.


                                                                Víctor Hugo - Bonnat


En la Introducción a “Los Miserables” escribe:
“Mientras exista, por obra de leyes y costumbres, una condenación social que en plena civilización crea artificialmente infiernos e inficiona de fatalidad humana el destino, que es cosa divina; hasta que no hayan sido resueltos los tres problemas del siglo:
  •  la degradación del hombre en el proletariado
  • la decadencia de la mujer en el hambre
  •  la atrofia de la infancia en las tinieblas

hasta que en tales esferas sea posible la asfixia social; en otros términos y desde un punto de vista aún más vasto: mientras existan sobre la tierra ignorancia y miseria, los libros de esta naturaleza quizás no sean del todo inútiles.”



                                                    Los miserables - Víctor Hugo


Es en ese ambiente que Eduardo Manet escandaliza a la sociedad parisina primero y luego a toda Europa y el resto del mundo, con su Olympia (inspirándose en la Venus de Tiziano). Esta obra se presenta como renovadora por la técnica y la forma y transgresora por el contenido, para el criterio burgués imperante.


Eduardo Manet - Autorretrato



Olympia- Eduardo Manet



Venus - Tiziano


Ésta no es la única influencia reconocida por el pintor. Velázquez, Goya y Hals se suman a la lista de quienes desde el pasado ejercen su influjo. Es por eso que este artista es muy difícil de encuadrar.

El ambiente artístico se agita con “Le déjeuner sur l’herbe”. Con esta obra encuentra adeptos y seguidores entre los pintores más jóvenes. Ellos le reconocen como su maestro, por la tendencia a fijar una impresión, aunque no responde aún a la división espectral del color. Su producción abre el camino para el Impresionismo.



Le déjeuner sur l¨herbe - Eduardo Manet



Durante el imperio de Napoleón I se producen innumerables cambios de distinta significación. Entre ellos la Academia de Bellas toma el nombre de Escuela de Bellas Artes (École des Beaux Arts). Pero a eso tan solo se limita la transformación, pues la enseñanza sigue consistiendo en un conjunto de fórmulas rígidas.



Academia de Bellas Artes - París




La Escuela acepta únicamente a quienes ya muestran gran habilidad. Las clases son dictadas por los académicos (vitalicios), asesores gubernamentales en cuestiones artísticas. Ellos eligen a los participantes en la Exposición Anual del Salón y conceden los premios.







El arte oficial se separa de las nuevas tendencias más independientes, que muestra el Salón de los Rechazados.


Dibujo satírico de un periódico parisino de 1863 en el que se lee, "Los encargados de transportar las pinturas de Manet, habiendo cometido la imprudencia de olvidar cubrirlas con un velo."



 Se destaca un conjunto de artistas. Entre ellos la figura más descollante es Camille Corot, que se convierte en la vanguardia del nuevo realismo y, aunque se ve menos preocupado por lo social, actúa como un desencadenante o catalizador de la Pintura posterior.



Camille Corot - Autorretrato




Gitana con mandolina - Corot




ZULEMA

Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Ilustración : Prof. Elsa Sposaro

En el día de Santiago Apóstol (patrono de Galicia y, por extensión, de toda España) por muchas y variadas razones (algunas de ellas familiares) decido compartir el recuerdo personal y colectivo de Zulema. Según cuentan, ella era una joven mora de una belleza incomparable, traída de Córdoba, Andalucía, por un hidalgo que de allí había huido.

La tradición también dice de la existencia de una mujer, Aldonza Cambas, una bruja (meiga, que en el país así le llaman) que había logrado con hechizos y bebedizos ser hermosa y parecer siempre moza. Y, si bien tenía grandes y  mágicos poderes, era aún mayor la envidia que la corroía.

Se dice que la hechicera no soportó el encanto natural de la muchacha y le hizo su propio encantamiento: la convirtió en un arbusto, que ubicó en el camino a Teixido. Y así era que muchos paseantes que participaban de las romerías, al pasar cerca de la planta, quedaban allí también presos del encantamiento.




Esto fue así por largo tiempo, hasta que un buen día Saura Rosa Berenguela, la hija del conde, se dirigió a San Andrés, acompañada por su instructora, la dama María Xelda. Pasaron junto a las zarzas y Saura quedó atrapada, prendida en ellas. Entonces comenzó a gritar pidiendo ayuda. Xelda sospechó que era cosa de maleficio y se encomendó a San Andrés.

A continuación, trazó en el suelo con un palo un círculo en torno a las dos, e hizo un conjuro llamando a la bruja exigiéndole el desencantamiento de la muchacha.
Aldonza Cambas se presentó y dijo:
-“¿Qué quieres, arrogante dama Xelda? No me des órdenes. En mí no manda nadie y todos bajan la cabeza delante de mí.”

-“Te hablo en nombre de Dios y te ordeno que desencantes a quien tienes aquí encantada.”
En ese preciso momento la tierra se estremeció y comenzó a tronar y a zumbar un fuerte viento que asustó a la mismísima bruja, que así fue que accedió a romper el hechizo. Con las ráfagas de aire Zulema consiguió salir del monte y Saura también quedó libre. El viento fue aumentando su intensidad y arrastró con él a la malvada bruja, razón por la cual las tres jóvenes pudieron continuar con la peregrinación.

 Llegando al santuario de Teixido, Zulema, la mora, se bautizó con el nombre de Andresa Xelda María. Y, aunque esto sucedió quizás hace ya mucho tiempo, todavía en las aldeas (y aún fuera de ellas) se lo evoca. 



De Gatos
Prof. Elsa Sposaro

Dicen algunos: “se llevan como perro y gato”…¿Quién será el malo en esa película? ¿El perro o el gato?...quizá ninguno de los dos, pero ignoro dónde se origina esa rivalidad.
Si bien el dicho la mayoría de las veces parece confirmado a través del tiempo en la realidad, cierto es que no siempre es así.
Muchos gatos conviven con perros en perfecta armonía.
Algunos dividen a la humanidad en amantes de perros o amantes de gatos, aunque cabe reconocer que hay quienes aman a ambos…
Los que somos afortunados en haber descubierto la magia de los felinos, su individualidad, su personalidad exquisita, sabemos del placer de gozar de su compañía silenciosa, su mirada inteligente.
Julio Cortázar, el escritor, tenía ojos de gato según palabras de sus amigos. Y por supuesto tenía un gato, para él muy especial (como para nosotros los gatos que adoramos) a quien le puso el nombre de un pensador alemán destacado, Teodoro W. Adorno.
Los amigos de Cortázar decían que su gato tenía ojos de escritor.

En la obra de Cortázar el gato tiene una importante presencia. un ejemplo de ello se puede notar en “La vuelta al día en ochenta mundos”  de 1967, en “Rayuela” donde aparece hasta un diálogo con un gato negro. También en el pasaje de “Último round” de1969 titulado “La entrada en religión de Teodoro W. Adorno”.
.Además en “Queremos tanto a Glenda” de1980, o en “Más sobre filósofos y gatos” (donde relata por qué su gato se llama “Teodoro W. Adorno”.



Cortazar y Adorno



Orientación de los gatos
Julio Cortázar

Cuando Alana y Osiris me miran no puedo quejarme del
menor disimulo, de la menor duplicidad. Me miran de
frente, Alana su luz azul y Osiris su rayo verde. También
entre ellos se miran así, Alana acariciando el negro lomo
de Osiris que alza el hocico del plato de leche y maúlla
satisfecho, mujer y gato conociéndose desde planos que
se me escapan, que mis caricias no alcanzan a rebasar.
Hace tiempo que he renunciado a todo dominio sobre Osiris,
somos buenos amigos desde una distancia infranqueable;
pero Alana es mi mujer y la distancia entre nosotros
es otra, algo que ella no parece sentir pero que se interpone
en mi felicidad cuando Alana me mira, cuando me
mira de frente igual que Osiris y me sonríe o me habla
sin la menor reserva, dándose en cada gesto y cada cosa
como se da en el amor, allí donde todo su cuerpo es como
sus ojos, una entrega absoluta, una reciprocidad ininterrumpida.
Es extraño, aunque he renunciado a entrar de lleno
en el mundo de Osiris, mi amor por Alana no acepta esa
llaneza de cosa concluida, de pareja para siempre, de vida
sin secretos. Detrás de esos ojos azules hay más, en el
fondo de las palabras y los gemidos y los silencios alienta
otro reino, respira otra Alana. Nunca se lo he dicho,
la quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad
por la que ya se han deslizado tantos días, tantos
años. A mi manera me obstino en comprender, en descubrir;
la observo pero sin espiarla; la sigo pero sin desconfiar;
amo una maravillosa estatua mutilada, un texto
no terminado, un fragmento de cielo inscrito en la ventana
de la vida.
Hubo un tiempo en que la música me pareció el camino
que me llevaría de verdad a Alana; mirándola escuchar
nuestros discos de Bártok, de Duke Ellington,
de Gal Costa, una transparencia paulatina me ahondaba
en ella, la música la desnudaba de una manera diferente,
la volvía cada vez más Alana porque Alana no podía
ser solamente esa mujer que siempre me había mirado
de lleno sin ocultarme nada. Contra Alana, más allá de
Alana yo la buscaba para amarla mejor; y si al principio
la música me dejó entrever otras Alanas, llegó el día en
que frente a un grabado de Rembrandt la vi cambiar todavía
más, como si un juego de nubes en el cielo alterara
bruscamente las luces y las sombras de un paisaje. Sentí
que la pintura la llevaba más allá de sí misma para ese
único espectador que podía medir la instantánea metamorfosis
nunca repetida, la entrevisión de Alana en Alana.
Intercesores involuntarios, Keith Jarrett, Beethoven
y Aníbal Troilo me habían ayudado a acercarme, pero
frente a un cuadro o un grabado Alana se despojaba todavía
más de eso que creía ser, por un momento entraba
en un mundo imaginario para sin saberlo salir de sí misma,
yendo de una pintura a otra, comentándolas o callando,
juego de cartas que cada nueva contemplación
barajaba para aquel que sigiloso y atento, un poco atrás
o llevándola del brazo, veía sucederse las reinas y los
ases, los piques y los tréboles, Alana.
¿Qué se podía hacer con Osiris? Darle su leche, dejarlo
en su ovillo negro satisfactorio y ronroneante, pero
a Alana yo podía traerla a esta galería de cuadros como
hice ayer, una vez más asistir a un teatro de espejo y de
cámaras oscuras, de imágenes tensas en la tela frente a
esa otra imagen de alegres jeans y blusa roja que después
de aplastar el cigarrillo a la entrada iba de cuadro
en cuadro, deteniéndose exactamente a la distancia que
su mirada requería, volviéndose a mí de tanto en tanto
para comentar o comparar. Jamás hubiera podido descubrir
que yo no estaba ahí por los cuadros, que un poco
atrás o de lado mi manera de mirar nada tenía que ver
con la suya. Jamás se daría cuenta de que su lento y reflexivo
paso de cuadro en cuadro la cambiaba hasta obligarme
a cerrar los ojos y luchar para no apretarla en los
brazos y llevármela al delirio, a una locura de carrera
en plena calle. Desenvuelta, liviana en su naturalidad
de goce y descubrimiento, sus altos y sus demoras se inscribían
en un tiempo diferente del mío, ajeno a la crispada
espera de mi sed.
Hasta entonces todo había sido un vago anuncio, Alana
en la música, Alana frente a Rembrandt. Pero ahora
mi esperanza empezaba a cumplirse casi insoportablemente,
desde nuestra llegada Alana se había dado a las
pinturas con una atroz inocencia de camaleón, pasando
de un estado a otro sin saber que un espectador agazapado
acechaba en su actitud, en la inclinación de su cabeza,
en el movimiento de sus manos o sus labios el cromatismo
interior que la recorría hasta mostrarla otra,
allí donde la otra era siempre Alana sumándose a Alana,
las cartas agolpándose hasta completar la baraja. A su
lado, avanzando poco a poco a lo largo de los muros de
la galería, la iba viendo darse a cada pintura, mis ojos
multiplicaban un triángulo fulminante que se tendía de
ella al cuadro y del cuadro a mí mismo para volver a ella
y aprehender el cambio, la aureola diferente que la envolvía
un momento para ceder después a una aura nueva,
a una tonalidad que la exponía a la verdadera, a la
última desnudez. Imposible prever hasta dónde se repetiría
esa ósmosis, cuántas nuevas Alanas me llevarían
por fin a la síntesis de la que saldríamos los dos colmados,
ella sin saberlo y encendiendo un nuevo cigarrillo
antes de pedirme que la llevara a tomar un trago, yo sabiendo
que mi larga búsqueda había llegado a puerto y
mi amor abarcaría desde ahora lo visible y lo invisible,
aceptaría la limpia mirada de Alana sin incertidumbres
de puertas cerradas, de pasajes vedados.
Frente a una barca solitaria y un primer plano de rocas
negras, la vi quedarse inmóvil largo tiempo; un imperceptible
ondular de las manos la hacía como nadar
en el aire, buscar el mar abierto, una fuga de horizontes.
Ya no podía extrañarme que esa otra pintura donde una
reja de agudas puntas vedaba el acceso a los árboles linderos
la hiciera retroceder como buscando un punto de
mira, de golpe era la repulsa, el rechazo de un límite inaceptable.
Pájaros, monstruos marinos, ventanas dándose
al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte,
cada nueva pintura arrasaba a Alana despojándola
de su color anterior, arrancando de ella las modulaciones
de la libertad, del vuelo, de los grandes espacios, afirmando
su negativa frente a la noche y a la nada, su ansiedad
solar, su casi terrible impulso de ave fénix. Me
quedé atrás sabiendo que no me sería posible soportar
su mirada, su sorpresa interrogativa cuando viera en mi
cara el deslumbramiento de la confirmación, porque eso
era también yo, eso era mi proyecto Alana, mi vida Alana,
al fin Alana y yo desde ahora, desde ya mismo. Hubiera
querido tenerla desnuda en los brazos, amarla de
tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho
para siempre entre nosotros, y que de esa interminable
noche de amor, nosotros que ya conocíamos tantas, naciera
la primera alborada de la vida.
Llegábamos al final de la galería, me acerqué a la
puerta de salida ocultando todavía la cara, esperando
que el aire y las luces de la calle me volvieran a lo que
Alana conocía de mí. La vi detenerse ante un cuadro que
otros visitantes me habían ocultado, quedarse largamente
inmóvil mirando la pintura de una ventana y un gato.
Una última transformación hizo de ella una lenta estatua
nítidamente separada de los demás, de mí que me
acercaba indeciso buscándole los ojos perdidos en la tela.
Vi que el gato era idéntico a Osiris y que miraba a lo lejos
algo que el muro de la ventana no nos dejaba ver. Inmóvil
en su contemplación, parecía menos inmóvil que
la inmovilidad de Alana. De alguna manera sentí que el
triángulo se había roto, cuando Alana volvió hacia mí la
cabeza el triángulo ya no existía, ella había ido al cuadro
pero no estaba de vuelta, seguía del lado del gato
mirando más allá de la ventana donde nadie podía ver
lo que ellos veían, lo que solamente Alana y Osiris veían
cada vez que me miraban de frente.







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