viernes, 30 de mayo de 2008

El arte de la esquina

El arte de la esquina

Boletín Mensual Nº 10
Mayo de 2008




En esta edición:


La escultura
¿Quién es Lola Mora? por Elsa Sposaro
"Lysis" de Alicia Grela vázquez
Cuento de Osvaldo Soriano






La escultura
Por Elsa Sposaro

Entre las Artes nos encontramos con la Escultura, que es el proceso de representación de una figura en tres dimensiones. El objeto escultórico es sólido, tridimensional y ocupa un espacio.
Quizá sea la Pintura una de las artes a la que más adhieran aficionados y profesionales, tal vez por la mayor facilidad en el manejo de los materiales a utilizar y su ligero transporte, cosa que no sucede con los materiales escultóricos.
Paradójicamente el hombre común en las ciudades está más en contacto con esculturas que con obras pictóricas originales. Es muy común encontrar una escultura en plazas o las puertas de un edificio público.
En la Argentina, lamentablemente se tiene muy poco reconocimiento a grandes escultores, como es el caso de Lola Mora, de cuya obra trataremos en esta edición.
Los cuidados que los municipios brindan a las piezas escultóricas son escasos o inexistentes. A esto se suma la falta de conciencia en el valor de la obra artística, que va mucho más allá del monetario. No es extraño ver piezas mutiladas, o pintadas con aerosoles.
Existen variadas técnicas de realización de un objeto escultórico.
Así los grandes del Renacimiento italiano (Miguel Ángel, Leonardo da Vinci) definen al escultor como aquel que quita materia de un bloque hasta obtener una figura.Esculpir o tallar es quitar, y es escultor quien sabe quitar lo que sobra en un bloque, de material sólido, que contiene un objeto escultórico en potencia. De este modo se pone de relieve el contraste entre escultura y pintura, ya que esta última consiste en añadir.
También es escultor el modelador, el que efectúa un modelado, quien lo mismo que el pintor, agrega, valiéndose de un material blando (cera, arcilla, yeso). El modelado pertenece, pues, al campo de la escultura, pero difiere radicalmente de la escultura propiamente dicha por lo que concierne al procedimiento.




¿Quién era Lola Mora?


Fue la Primera Escultora Argentina y Sudamericana, pionera de la Minería Nacional, Inventora, Investigadora y Urbanista. Escritora.





Quizá nació en una época equivocada. Quizá la sociedad era la única equivocada.
Su nombre completo era Dolores Candelaria Mora Vega, y nació en El Tala, Departamento La Candelaria, en la provincia de Salta (antigua Gobernación de Salta del Tucumán), el 17 de noviembre de 1866.
Asistió a la escuela en el Colegio de las Hermanas del Huerto, donde ya despuntaban sus aficiones artísticas Quedó huérfana siendo niña y a los 12 años comenzó a estudiar pintura con el maestro italiano Falcucci.
quien la introdujo en el neoclasicismo, estilo que no abandonaría nunca.

A los 18 años, realizó su primera exposición con dibujos al carbón de los gobernadores de Tucumán.
Consiguió una beca para estudiar en Buenos Aires, donde permaneció por dos años. Emparentada con ilustres linajes tucumanos. -pariente de Juan Bautista Alberdi y ahijada de Nicolás Avellaneda- tuvo el privilegio de canalizar su temprana vocación por la escultura en Europa.
Consiguió otra beca, pero esta vez para ir a Italia.





Se había dedicado exclusivamente a los retratos pero al llegar a Roma comenzó sus estudios con Francesco Paolo Michetti, para pasar luego al estudio de los escultores Barbella y Monteverde, especialistas en monumentos conmemorativos.
Podría decirse que este ha sido un momento crucial en la vida de la artista, ya que un universo de nuevas posibilidades y conocimientos se abrían por estos nuevos caminos.
Comenzó a relacionarse con personas de reconocida trayectoria en el medio. Ya se hablaba de su obra.



Se presentó en un concurso en París y ganó una medalla de oro que la colocó definitivamente en el éxito del ámbito escultórico. De este modo recibió incontables llamados por pedidos, dentro de los que se encontraban por ejemplo el del rey Humberto y la reina Margarita de Italia.
Armó entonces su propio taller, que se convirtió en un sitio de encuentro de artistas y especialistas.


Lola Mora en su taller

Realizó un monumento a la reina Victoria para la ciudad de Melbourne.
Se efectuó un certamen para realizar el monumento del zar Alejandro I, a realizarse en San Petersburgo. Lola Mora debía adoptar la nacionalidad rusa, con la que la artista no estuvo de acuerdo y esto le impidió realizar la obra.

La artista deseaba volver a la Argentina y así lo hizo. A principios de siglo ofrece al gobierno nacional realizar una obra en la Plaza de Mayo sin cobrar honorarios.
Así nació la Fuente de las Nereidas, realizada en mármol de Carrara. Esta obra fue inspirada en la mitología. Es la representación del nacimiento de Venus, diosa del amor, la belleza, la gracia y los mares. Las Nereidas que sostienen a Venus son, según la mitología, hijas de Nereo y Doris, y representan la variedad de fenómenos y aspectos del mar.
Esta obra resultó escandalosa para la sociedad de esa época y así fue que terminó siendo emplazada en la esquina de Avenida Alem y Cangallo (hoy Perón), e inaugurarla el 21 de mayo de 1903.

Como en todo evento de esta categoría, debían asistir autoridades, entre ellas el Presidente de la República el General Roca, quien estuvo ausente en la inauguración. Otra nota fue la ausencia de mujeres que se decían ofendidas y agredidas por la desnudez de las figuras.
Tal y como se hacía mención en este artículo, la maravillosa escultura de Las Nereidas, sufrió todo tipo de ataques; las críticas verbales muchas veces se convertían en físicas dando como resultado el traslado en 1918, a la quietud de la Costanera sur, donde la ausencia de personas harían olvidarla.

Las palabras de respuesta de Lola Mora a tales hechos fue: "Lamento que la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura que haya podido crear Dios".

En 1907, a la estatua de Aristóbulo del Valle que le había sido encargada, y que estaba emplazada frente a los lagos de Palermo, le destrozaron un brazo poco antes de ser inaugurada y acabó sus días en un depósito municipal, separada de la figura femenina que la completaba. Esta no ha sido la única obra de Lola Mora que ha sufrido desplantes. En 1906 realizó para el Congreso de la Nación cinco alegorías y dos leones para la fachada exterior, y cuatro mármoles, honrando a Alvear, Laprida, Zuviría y Fragueiro, para el interior.

La incomprensión y la ignorancia hicieron que el gobierno de Roque Sáenz Peña en 1913 las removiera del Congreso y las esparciera en distintos puntos del país.En 1908 fue designada para realizar el Monumento a la Bandera en Rosario de Santa Fe. Representó a la figura central de la libertad como una mujer con el pecho descubierto inspirada en "La libertad guiando al pueblo", de Delacroix.

Tuvieron que pasar quince años de críticas severas para que el presidente Torcuato de Alvear rescinda el contrato.


Imagen de una de las estatuas de Lola Mora, en el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, Rosario, Argentina. Foto de Luis A. Blotta.


Debido a esta postura de la sociedad hoy el arte argentino se ve privado de la majestuosidad de las obras de Lola Mora. Europa pudo reconocer en ella la gran creadora que no supo ni quiso ver y apreciar la Argentina. Como consecuencia de ello no queda mucha obra de la artista como no sea alguna en el Cementerio de la Recoleta, los bajorrelieves en la Casa de Tucumán, el busto a Sáenz Peña en la galería de los presidentes de la Casa de Gobierno y alguna en las provincias de Salta, Jujuy, Tucumán Mendoza y Corrientes.
Lola Mora deja la escultura y lleva a cabo proyectos de ingeniería. Participó como contratista en la obra del tendido de rieles del Ferrocarril Transandino del Norte, más conocido como Huaytiquina, por donde hoy transita el mundialmente famoso Tren a las nubes (Provincia de Salta) y financia prospecciones petrolíferas en Salta.
Como urbanista, es autora del Primer Proyecto de Subterráneo y Galería Subfluvial de nuestro país, previsto para Capital Federal, uniendo la
Casa Rosada con la Costanera Sur, y del trazado de calles de la Ciudad de Jujuy.

Intentó la invención de un sistema de
cinematografía color basándose en la iridiscencia de las emulsiones oleosas sobre el celuloide, y aunque su idea estaba bien encaminada, el desconocimiento de datos científicos hizo que no se pudiera concretar en la práctica.
La tienda departamental Harrods de Buenos Aires inicia un ciclo cinematográfico utilizando un proyector ideado por Lola Mora, que permitía realizar proyecciones a la luz del día.


Existen versiones opuestas respecto a cómo pasó sus últimos días ,la artista. Una dice que sus proyectos la dejaron en bancarrota y se instaló en casa de unas sobrinas en Buenos Aires, donde vivió pobremente hasta su fallecimiento, Otra dice que vivió bajo el permanente cuidado de sus sobrinas quienes velaron por ella hasta el último momento.

Otra versión dice que murió en una pensión de buenos Aires y que fueron sus sobrinos quienes dilapidaron su fortuna y destruyeron gran parte de sus bocetos y correspondencia, para no dejar una mala impresión de la familia.
Sin llegar a cobrar una pensión del Congreso Nacional. El 7 de junio de 1936 fallece.
Aparecieron extensas notas necrológicas en las principales publicaciones argentinas.


Caras y Caretas, por ejemplo, comentaba:

"Siempre nos sorprende la tragedia del talento olvidado. Ahora más, al herir a una mujer, a la primera mujer argentina, cuya vocación supo afrontar las dificultades del mármol, los laboriosos primores del modelado de la arcilla."
Caras y Caretas


El vespertino
Crítica señalaba responsables del abandono en que se encontraba la tucumana:

"...Es el homenaje perenne y sincero que compensa, hasta cierto punto, la ingratitud material de los poderes públicos y la sorda hostilidad de nuestros círculos artísticos que veían en Lola mora la expresión de gustos anticuados y definitivamente 'pasados de moda.'"
Diario Crítica

Por su parte, el
Diario La Nación que tantos favores concediera a Lola Mora en sus años de esplendor, decía sobre ella:


"El decidirse por el arte ya había significado una proeza, recordemos la fecha de sus comienzos y su actuación inicial. Mujer y escultora parecían términos excluyentes. Los prejuicios cedieron, sobrepujados por la evidencia de su obra."
Diario La Nación


Detalle de la Fuente de las Nereidas.




Obra de Lola Mora:

  • Fuente de las Nereidas, conocida como Fuente de Lola Mora, 1903, en la Costanera Sur, Buenos Aires
  • El eco, 1906, parte de un monumento en homenaje de Aristóbulo del Valle, en el Zoológico de Buenos Aires.

  • Grupos escultóricos destinados al Congreso Nacional pero finalmente donados a la provincia de Jujuy y ubicados en su ciudad capital.

  • La Paz, La Justicia, La Libertad y El Progreso, 1906, rodeando la Casa de Gobierno.

  • Los leones, en el barrio Ciudad de Nieva.

  • El Trabajo, en la estación de ferrocarril

  • Estatua de Facundo de Zuviría en los Jardines de Lola Mora, Salta

  • Monumento a Avellaneda, 1908-1913, en Avellaneda (Buenos Aires).

  • Mausoleo de la familia López Lecube, 1912, en el Cementerio de La Recoleta (Buenos Aires)

  • Hermes, en San Salvador de Jujuy

  • Segunda versión del Monumento a la Bandera, actualmente integrada en la tercera, en el Parque de la Bandera, Rosario.

  • Busto de Luis Sáenz Peña en la Casa Rosada (Buenos Aires).

  • Tintero de bronce, utilizado en las ceremonias de traspaso de gobierno (Museo de la Casa Rosada, Buenos Aires)

  • Lápida de Facundo Victoriano Zelarayán, una de sus primeras obras, en el cementerio de La Candelaria (Salta).


Detalle de las Nereidas - Lola Mora

La Comisión Interprovincial de Homenaje Permanente a Lola Mora, el 17 de noviembre de 1996, descubrió la Piedra Basal del “Monumento a Lola Mora”, que se erigirá frente a los Jardines que lleven su nombre, en el Parque San Martín de la Ciudad de Salta. A la vez que desde 1995, viene organizando año tras año la “Semana de las Artes”, que se celebra en simultáneo en El Tala y la Ciudad de Salta (del 17 al 23 de noviembre) con participación de todas las disciplinas artísticas y las Regiones del país bajo la denominación de Festival Nacional de las Artes “Lola Mora” (o Lola Mora Festival).

Pasaron muchos años de olvido e injusticia hasta que el Congreso de la Nación Argentina por medio de la ley nacional 25.003/98 instituyó en su homenaje el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas el 17 de noviembre, (aniversario del natalicio de Lola Mora).
En
1996 Javier Torre dirigió, Lola Mora, una película basada en su vida.

Y en 1999 se filmó un documental sobre ella y sus obras, quizá una suerte de reivindicación por tantos años de olvido.




Lysis

Tiempo: circa 1200 a.C.
Lugar: Asia Menor- Troya
Personaje: la mujer: Lysis (amiga de Casandra)

Desde este luminoso lugar, que es mi país, les contaré, ya que así me lo han pedido, las historias que sé, por haber tomado parte de ellas.
Nada diré que no sea verdadero. Pero mi versión, que algunos llamarán interesada, puede que difiera de la que Uds. conozcan a través de las voces de algunos poetas.



Ustedes como anteriormente los griegos, nuestros enemigos malos, consideran “creativos” a quienes con lenguas de víboras silbaron dudosas acciones.
No insistiré en esta cuestión. La guerra continúa y así será a través de los siglos. De ustedes sólo pido la atención y el relato será la apología (defensa y elogio) de nuestros hechos.


Pongo a Palas por testigo, juez y parte, (diosa de la sabiduría, de la justicia y de la guerra) de cuanto les he de decir. Y pido a Apolo, que sabe la verdad, me castigue, como lo hizo con mi amiga Casandra y me condene de igual modo, si mis palabras fuesen engañosas.

Comenzaré por decirles que nací en lo que llaman Asia Menor, en las proximidades del Estrecho de los Dardanelos, (Helesponto). En la ciudad más bella y próspera de la región: Ilión (Troya).
Las características de nuestro pueblo y las de nuestra geografía no han sido bien descriptas y no son concordantes con nuestra realidad. A las que ya mencioné, agrego la presencia de los pozos de agua que permitieron sobrevivir a la población por los diez años que duró la guerra y también las tierras de cultivo. Eso también nos ayudó a seguir con vida hasta el fin.


Es la nuestra una tierra joven, montañosa, marinera. El clima es benigno con una estación seca: el verano muy propicio para la instalación humana.
Para entonces el bienestar general de nuestra gente y la magnificencia de nuestros reyes estaban basados en la estratégica posición de Troya. Esta le permitiría tan pronto cobrar impuestos a las naves que traficaban entre los mares Egeo y Negro, como controlar las rutas a Oriente y abastecerse de trigo que producían las fértiles zonas asiáticas.
Este auge comercial favoreció algunas incursiones navales que llegaron a las costas griegas. Pero aquí la mala conciencia de los helenos actuó contra nosotros.


Fuimos considerados piratas, porque por su propia experiencia interpretaron que haríamos luego, lo que primero hicieron los aqueos y luego los dorios: invadir exitosamente el territorio.
Si un pueblo cobra un derecho de paso eso es “peaje” y debe hacerlo para mantener las rutas de manera tal que sean seguras. Cuando nosotros lo hacemos, somos abusivos, y carecemos del derecho natural que legitime esa acción.


La felicidad no tiene historia. Puedo poco decir de mí, en esos años, sino que cumplía con todas las condiciones de posibilidad de la eudemonía. Nacida en el seno de una buena familia, fui llamada Lysis porque esa era una invocación y un modo de realizar sus deseos.

Crecí como otros niños, atendiendo a las reglas de una moral heroica: el amor a la gloria. Realizábamos nuestro ideal. La perfección (areté) era el honor, del cual fuimos atrozmente despojados. Pero no me anticiparé.


Los días entonces transcurrían iguales los unos a los otros.
Compartía con Casandra y sus hermanas el aprendizaje de los buenos hábitos para comer, las enseñanzas de canto y a ejecutar la lira, mientras los varones practicaban el manejo de las armas; algunas de ellas eran aún de cobre.


En el tiempo libre corríamos por los huertos y jardines que rodeaban el palacio real o nos demorábamos en las habitaciones perfumadas, conversando, haciendo planes, saboreando algunas de las delicias que nos llevaban o intercambiando ropas, calzados y adornos, para vernos mejor.
“Tu peplo por mi clámide”; “tu broche por mis sandalias”. Eso se oía y nuestras risas.
Casandra ya profetizaba, pero en ese medio, era igual que le creyésemos o no. Más tarde, aún anunciando el trágico final, fue desoída.


Los nuestros fueron no sólo sordos a sus voces sino que cruel y estúpidamente, se burlaron de sus visiones.¡Horrible venganza de Apolo!.
El la desacreditó y al hacerla inverosímil introdujo múltiples e indeseables efectos: a ella la hizo pasar por loca (como si los locos no pudiesen también decir la verdad); a quienes la queríamos nos llenó de dolor su sufrimiento y la incomprensión de que fue objeto; y a todos nos llevó a ser víctimas de los bárbaros aqueos que llamaban “bárbaros” a quienes no hablaban su lengua.


Los dulces años pasaron. Eso lo supo cuando llegaron las naves griegas. Mil doscientas, quizás más. Los más jóvenes llegamos hasta la costa para presenciar el comienzo de nuestro fin. Barcos de diferentes características y tamaños, pero todos con remos y velas tomaron su lugar en nuestra mar.

Grandes hombres daban gritos y al cabo de poco tiempo otros habían terminado de construir una empalizada que ocultaba las naves de nuestra vista. Corrimos a contar la mala nueva, preguntándonos el porqué de todo ese despliegue.
Más tarde hubo versiones. Durante los diez años que duró la cruenta guerra oímos tantas y tan diferentes...Si la guerra fue sangrienta, la paz lo fue aún más.


En la pelea se derramó la sangre de nuestros campeones y nuestros héroes. Pero, ¿qué sucedió cuando fuimos vencidos? Los griegos impusieron sus reglas: sólo la victoria da derechos. Durante una década, y aún después sufrimos por un conflicto insalvable, un poder oculto nos aplastó. Pero debíamos presentar batalla e intentar la superación.
Pero ¿cómo hacerlo sin ofender a los dioses? ¿cómo, sin incurrir en la hybris, el exceso, el peor de los pecados que desencadenaría mayores males como castigo a nuestras acciones? El conflicto nos enfrentó a la fatalidad, a lo inevitable, al dolor y a la muerte.
En la desesperación por entender lo incomprensible, por racionalizar lo irracional, buscamos causas, responsables y hallamos culpables (o inocentes) que castigamos.


La versión de nuestro enemigo pone como responsables de nuestra destrucción a las diosas Hera, Atenea y Afrodita. Su vanidad, su competitividad y su egoísmo se habrían manifestado en el certamen que determinaría cuál era digna del título que conferiría la manzana de Eris: “a la más bella”.
Yo, como le oí a Hécuba, nuestra reina, viuda entonces del rey Príamo, considero que las diosas son inocentes y sólo los hombres son culpables. Éstos acusan a Afrodita de sus deseos insensatos. Otros eligen, como Hécuba, a Helena, hija de Zeus y Leda, como desencadenante del conflicto. Pero yo sé, porque vi la conducta de su esposo Menelao, que no vino por ella, sino por nosotros y nuestras riquezas.


Helena prefiere responsabilizar a Hécuba ( la madre de su raptor). Pero, ¿se puede pedir mayor sacrificio a una madre de muchos hijos que para salvarlos a todos de la destrucción y la muerte, que el abandono de aquél que las versiones proféticas anunciaran como el fin de los troyanos?
Ella entre lágrimas, lo dejó para que muriese. ¿Habría que culpar a la osa que lo amamantó como a otro de sus cachorros y le salvó así la vida? ¿O quizás al piadoso Príamo que al verlo fuerte y hermoso lo sumó nuevamente al conjunto de su numerosa prole? Él hizo de Paris un Alejandro. Y éste nunca fue consecuente con su nombre. ¡Cobarde!
Muchas veces oí los reproches de su madre, de su esposa y de su heroico hermano, nuestro campeón: Héctor.


¿Cómo entender que Andrómaca, con la que tantas veces jugué de niña, fuese llevada por sus verdugos? ¿Cómo, que fuese tomada por Pirro, el hijo de Aquiles, el matador de su esposo? ¿Cómo, que se destruyera un matrimonio ejemplar como el suyo? ¿Cómo, que decidieran por ella dar muerte a su pequeño hijo, por ser la semilla de nuestro bravo campeón? Esto para no mencionar las intrigas en las que debió tomar parte, para vengar tanta infamia. Andrómaca fue elegida por sus virtudes. Ella sabía lo que debe conocer una esposa: cuándo hablar, y cuándo callar...


Y la pequeña Polixena, a poco apareció degollada en la tumba a la que estaba consagrada. Y justamente de Aquiles, que se enfrentó a los jefes griegos primero, por la hegemonía de los ejércitos y luego, por el reparto del botín de guerra, parte del cual era una de nuestras hermanas.

Pero vuelvo a Hécuba, la que fue no sólo la madre de mi amiga, sino la mía como la de todo mi pueblo. Ella fue entregada a Ulises como esclava. Se trató de conformarla diciéndole que sería servidora de una mujer casta, de una reina, de Penélope. ¡Pobre consuelo ofrecido a sus años! No sería una de las que yacen heridas por las duras tareas manuales y el maltrato de sus amos. Pero seguramente conduciría, educaría a los hijos del astuto destructor de su reino y su gente. Por su extracción y formación sería pedagoga. Una esclava que enseñaría valores fundamentales y trascendentes a sus enemigos y opresores.


Finalmente les diré de mi gran amiga Casandra. Ella, como sus hermanas, fue educada y conservada virgen por su madre. Las demás, esperando hallar y merecer buenos maridos. Ella, para consagrarse a Apolo. Y fue precisamente ella quien fue violada y tomada como amante por el rey de reyes de los ejércitos panhelénicos: el poderoso Agamemnón.



Casandra violada por Ayax en el templo

Este miserable rey, que porfió su jefatura con el más astuto: Ulises, con el esposo ofendido: Menelao (su concuñado, además) y hasta con un semidiós: Aquiles; y salió triunfante, pues a criterio de los griegos era más porque tenía más. Desde entonces, en el mundo que fue de ellos, se consagró esta ley: ser es tener. Así, es más el que tiene más. ¡Pobres vencedores y míseros vencidos!

Nuestra Casandra, que se negó a cantar por no celebrar malas acciones, prometió la muerte a Agamemnón. Ella recibió la luz por Apolo, y también su furor y demandó a Himeneo la llama correspondiente a las bodas de las vírgenes (ella lo era).
Recuerdo de ella su bravura, su sensatez, cuando pedía rehuir la guerra, pero exigía valentía en la lucha, si ésta sobrevenía.
Evoco las críticas de los nuestros, cuando ella reía de sus males domésticos y cotidianos y predecía cosas (que podrían no suceder nunca, como los viajes de Ulises).
Elogio su fuerza y su sabiduría, cuando afirmaba que el muerto no llora por sus dolores. La muerte no es nada. La vida espera siempre.
Ella es nuestro emblema patrio. Con ella los frigios seremos símbolos de libertad para el mundo venidero.


Los reyes, los poderosos, no son necesariamente superiores a los que nada valen, a los comunes, como lo mostró el más grande de los griegos poseído por el deseo de esa ménade.
Finalmente, en mi despedida de ustedes, agradezco a Atenea que haya querido tomar venganza por Casandra, que fue arrastrada de su templo por los griegos, sin que ni uno solo saliese en su defensa.
Palas, persuadiendo a Poseidón consiguió la furia del mar, y de Zeus el granizo y el fuego del rayo que llevaron al naufragio a las naves de los saqueadores de Troya...
Nosotros, los pocos que sobrevivimos a los terremotos, los maremotos, los incendios y la furia de los griegos, reconstruiremos Ilión piedra por piedra, con ayuda de los dioses.


Lic. Alicia Grela Vázquez



Cuento de Osvaldo Soriano

Mecánicos

Mi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no sé si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabrá aceptarlo. En la ruta ponía las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un día. indefectiblemente, tenía que volcar. Sucedió una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el único coche que pudo tener en su vida. Lo había comprado a crédito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salían arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradecí. A esa edad creemos que el mundo solo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presumía de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque había pasado por el Industrial de Neuquén.


Antes de que me fuera al servicio militar me preguntó que haría al regresar. Ni él ni yo servíamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traía viniera del fútbol, que consideraba vulgar.

A mi padre le gustaba la ópera aunque creo que nunca conoció el Teatro Colón. Venía de una lejana juventud antifascista que en 1930 le había tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romántico.

Cuando le dije que quería seguir jugando al fútbol, lo tomó como un mal chiste. Me aconsejó que en la conscripción hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evité las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambición de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para después inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo cálculos.

Una tarde en que me prestó el Gordini para ir al bosque me anunció que al día siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo íbamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo. Yo no le hice caso pero él se tomó el asunto en serio. En el fondo de la casa tenía un taller lleno de extrañas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no podía pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tenía a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Había algunas muy estrambóticas, llenas de engranajes, sinfines, manómetros y relojes, que nadie sabía para que servían.

A la madrugada dejé el coche en el garaje y me tiré en la cama dispuesto a dormir todo el día. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permitía fumar y el entrenador tampoco, así que cuando me ofrecía el paquete yo sonreía y lo seguía por el pasillo poniéndome los pantalones. Caminaba delante de mí, medio maltrecho, y lo sorprendía que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller. -Sos un cabeza hueca-me decía. Se reía con Buster Keaton y leía La Prensa, que le prestaba un vecino. Tal vez había envejecido antes de tiempo o quizá se enamoró de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos había arrastrado. Nunca lo sabré.

Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el día en que lo conoció, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata. Me miró y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Después, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, así aprendés". Era un día feriado, sin fútbol ni cine. Hacía un calor terrible y a mediodía el cura del barrio se presentó a comer gratis y a ver televisión. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidió que eligiera por donde empezar. Parecía un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abría el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empezó a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A mí me daba bronca porque creía que nunca más iba a poder llevar a mi novia al otro lado del río y entre los árboles. Igual ataqué el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas.

A mediodía, cuando el cura asomó la cabeza en el taller, ya teníamos medio coche desarmado. Los dos estábamos negros de aceite y habíamos perdido por completo el control de la operación. Mi padre había desmontado todo el tren delantero, la tapa del baúl, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrás, yo había sacado válvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigüeñal. De vez en cuando mi viejo gritaba "¡Carajo, qué mal trabajan los franceses!" y arrojaba el velocímetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador.

El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le preguntó a mi padre cuántas cuotas llevaba pagadas. Ahí se hizo un silencio y el otro casi se pierde los tallarines gratis: --Doce-- le contestó de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apóstoles . Y con la ayuda de Dios todavía tengo que pagar otras veinticuatro.

Tardamos tres días para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera.

La segunda tarde mi madre nos desconoció de tan sucios que estábamos y nos prohibió entrar a la casa. Dormíamos en el garaje, sobre unas bolsas, y allí nos traía de comer. Vivíamos en trance, convencidos de que un técnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la Patria no podían dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francés. Fue entonces cuando mi padre decidió comprimir el motor y aligerar la dirección para que el coche cumpliera una performance digna de su genio. Hizo un diseño en la pared y me preguntó, desafiante, si todavía pensaba que el fútbol era más atrayente que la mecánica. Yo no me acordaba cual pieza concordaba con otra ni qué gancho entraba en qué agujero y una noche mi padre salió a buscar al cura para que con un responso lo ayudara a rehacer el embrague.

Al fin, una mañana de fines de febrero el coche quedó de nuevo en pie, erguido y lustroso, más limpio que el día en que salió de la fábrica. Lo único que faltaba era la radio que el cura nos había robado en el momento del recogimiento y la oración.

Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las vergüenzas con los restos de un mantel.

Mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. En el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave.

Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida. Adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateo con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como una gallo de riña. Después me guiñó un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes. -Andá-me dijo-. Presentáte al regimiento como mecánico, que te salvás de los bailes y las guardias.

Ese año hice más de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para el su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón.

"Cuentos de los años felices". © 1993 Editorial Sudamericana























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