miércoles, 19 de marzo de 2014

El arte de la esquina


El arte de la esquina
Boletín mensual Nº 80-Año VII
Marzo de 2014
Miniatura de Las Siete Partidas (Alfonso X el Sabio)


SUMARIO

Apuntes para una Estética del Impresionismo (Quinta parte)
Homero




Apuntes para una Estética del Impresionismo (Quinta parte)

Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro

Los pintores impresionistas espantan a la burguesía con cuadros que desafían el buen gusto de la época, que muestran desnudos incongruentes con la moral vigente.

Desayuno sobre la hierba - Manet
La hostilidad es general. Sin embargo, los artistas consiguen hacer siete muestras hasta el año 1886, cuando el grupo se separa y dispersa, para contactarse con otros artistas extranjeros (no franceses).
En 1894 el Museo del Louvre recibe cuadros impresionistas donados por Gustave Caillebotte, en medio de una gran resistencia.
Autorretrato con caballete - Gustave Caillebotte




No obstante, el escritor Emile Zola y Paul Durand-Ruel (marchand) continúan sosteniendo la pintura impresionista. Ambos, con su defensa posibilitan una nueva fórmula de apreciar la ciudad, la campiña, el río y el mar. El lugar elegido como tema para sus cuadros queda como título para sus obras.

La estación del ferrocarril - Manet




Le pont de l´Europe - Monet




Boulevard des italiens - Pissarro




Place de la Concorde - Degas



Los impresionistas valoran el movimiento y la modernidad. Así es que pintan tanto nubes y bailarinas como puentes y ferrocarriles.

Bailarinas - Renoir



Vista de la exposición universal de París - Manet



Tras los cambios introducidos por la Revolución Industrial, las Artes Plásticas están en condiciones de valerse de nuevos recursos técnicos, como la fotografía. Ella facilita la pintura de escenas complejas y abigarradas, como “Música en las Tullerías” de Manet.

                                                        Música en las Tullerías - Manet
En 1904 Theodore Duret compra telas y publica su obra “Historia del Impresionismo”, libro que ayuda a la valoración más positiva de la escuela. La pugna de los impresionistas por hacerse de un lugar en el mundo de las Artes Plásticas se figura muy difícil desde aquí. Pero tanto el público como la crítica finalmente terminan por aceptar a los renovadores en toda Europa y América.




Retrato de Theodore Duret - Manet



HOMERO
Texto:Lic. Alicia Grela Vázquez
Imagen: Prof. Elsa Sposaro
La tía Asunción siempre nos ayudaba a la hora de hacer las tareas escolares proporcionándonos información adicional. No sólo contextualizaba y adaptaba los contenidos curriculares, sino que los tornaba más atrayentes, al embellecerlos adornándolos con las reliquias de que nuestra tradición dispone, porque el pueblo las atesora.
Así, por ejemplo, cuando el plan de estudios pedía que supiéramos de las Guerras Carlistas, ella nos introducía tangencialmente en esas contiendas. No hacía referencia a la taxativa enumeración de las batallas ni al cúmulo de datos frecuentemente anexados a ellas. Se limitaba a contarnos historias que hacían que nuestra imaginación volara y nos permitían acceder (casi como observadores participantes) al espectáculo que ofrecían los acontecimientos de un mundo perdido.
De este modo sucedió mi primera aproximación a esta leyenda. Mucho tiempo después conocí otras versiones: más breves o extensas, con mayor o menor profusión de detalles, hechos y personajes, localizadas en distintas comarcas de  Galicia.
Había una vez, hace ya mucho tiempo, en la Provincia de La Coruña, en el pueblo de Soandres, Ayuntamiento de Laracha, un clérigo muy rico, conocido como usurero.  Llevaba no menos de treinta años en la parroquia y esa permanencia le permitió acumular una gran cantidad de dinero.

En honor a la verdad, cabe decir también que era especialista en deshacer conjuros y muy entendido en encantamientos y brujerías.
En aquellos años las gentes del país estaban en las llamadas “Guerras Carlistas”. Había partidas de guerrilleros que luchaban a favor de Don Carlos y otras por la reina Isabel. Y aunque de ninguno de estos grupos se diría “bueno”, los peores eran los que peleaban para sí mismos y mataban a mansalva y robaban cuanto querían, sin peligro para ellos, ocultos y protegidos por el crimen de la guerra.
Pero, volviendo al relato, el religioso no las tenía todas consigo, pues temía perder la fortuna que amasara durante tantos años de recoger y acumular rentas, arriendos, alquileres, diezmos, obladas y más.
Esos eran los pagos que los labradores tenían que hacer a la Iglesia en aquellos tiempos de miseria para los pobres (casi toda la gente trabajadora) y de hartazgo para los amos (sólo unos pocos ociosos).
Pero el cura era un auténtico orífice, pues como él trabajaba el oro, aunque no vivía de la labor de sus manos como un artesano lo hacía.
En la casa del religioso había un criado con trazas de ser algo parvo y por tal y corto era tenido por todos (y por el cura más aún). Eso que el joven tenía de apocado y disminuido le hacía mucha falta. Se le consideraba tonto, estúpido, privado (de inteligencia), pero lo que quizás  le faltaba era coraje, valentía. Hay que reconocer que para algunos tal vez era un poquito cobarde de más.
Siempre espiaba al sacerdote, cuando lo oía ir a guardar dinero en el cofre que tenía oculto y que cerraba con dos llaves que se colgaba del cuello.
Un día le vio meter unas monedas de oro y de plata que estaban en el cofre (que oficiaba de caja fuerte) en una gran bolsa de cuero. Luego el cura salió a la ventana y lo llamó: “¡Homero!” y le mandó ensillar su cabalgadura y prepararse para acompañarlo. Después puso la bolsa en las alforjas y juntos emprendieron el camino.
Encararon hacia la sierra y anduvieron hasta llegar a lo más alto del monte y desde allí  comenzaron a bajar. A los pocos minutos el abad se detuvo delante de una gran roca con forma de visera, que a la vez que señalaba ocultaba una pequeña cueva en su base.
Al momento de estar allí,  salió a su encuentro una serpiente que estaba escondida en la gruta. El sacerdote la tomó y la ató, cerrando con ella la boca de la bolsa, como hubiera hecho con una soga o una cuerda. Enseguida la colocó en el lugar exacto que ocupara antes de su llegada, diciendo estas mágicas palabras:
“El que de aquí te sacare, tres besos te ha de dar.”
Oyendo este hechizo el criado quedó como atontado. Sin embargo, durante todo el tiempo que llevó el camino de vuelta, pensó en robarlo y volver a su casa. Con ese dinero podría comprar tierras y vacas y vivir mejor con su familia, sin pasar las privaciones a las que muy contra su voluntad estaba acostumbrado.
Pasó algún tiempo sin que el muchacho olvidase el asunto. Mas, una vez, cuando su patrón tuvo que bajar a la ciudad de Santiago de Compostela, por unos días, en cuanto el amo se marchó de la casa, el privado tomó el camino de la sierra tan fuertemente evocada.
Llegado a la roca del encantamiento, le salió al cruce la serpiente con aspecto amenazante. Él se asustó mucho al ver que el reptil era tan grande, muchísimo más de lo que él recordaba. Y es por eso que en aquella oportunidad Homero se marchó sin haber cumplido el objetivo.
Al volver al pueblo, sin estar satisfecho, decidió ir otra vez a desencantar el tesoro. Y volvió. Al amanecer del día siguiente salió armado de valor. Llegado que hubo a la roca, nuevamente le salió al encuentro el temido ofidio.  Entonces pensó:
”Mi amo dijo: ’El que de aquí te sacare, tres besos te ha de dar.’ “
Obediente a aquel conjuro, tomó al animal y le dio un beso en la cabeza. El ofidio se quedó sólo un poco quieto. Le dio otro beso, esta vez en el lomo y así consiguió que se quedara más quieto aún. Por último, le dio el tercer beso en la punta del rabo y la sierpe se paralizó totalmente. El zagal tomó la bolsa con las monedas y se marchó para su tierra.
No se sabe si el mozo luego fue feliz o no, porque sus vecinos no tuvieron más noticias de Homero, el rapaz medio parvo, que había sido criado del clérigo.
Sin embargo, algo de esta historia se supo, pero cómo llego a ser conocida es un secreto que no se pudo desvelar. Hay quien presume en otras parroquias de haberlo descubierto.
La tía Chon finalizaba el relato diciendo que también están los que cuentan que una rapaza, de nombre Hemera (Día) era la protagonista de la leyenda y que la joven usó el dinero del botín como parafernal entrega matrimonial, a falta de dote.
NOTAS (que puede saltar quien lee sólo leyendas)
Homero: el nombre del criado algo parvo alude a la etimología griega de O meros (el privado).
Las Guerras Carlistas: designan a las tres contiendas civiles españolas del siglo XIX, por la sucesión al trono. Don Carlos María Isidro de Borbón, por ser hermano de Fernando VII, lo reclamaba . Su política era absolutista y reunía en torno a su figura a los más conservadores. En el otro bando, los partidarios de Isabel II (hija del monarca) se contaban más bien entre los liberales.
Primera Guerra Carlista - Ferrer Dalmau
La cuestión ideológica era la máscara que ocultaba malamente el único objetivo de unos y otros: hacerse del poder. La fuerza fue el único argumento para dirimir una cuestión inmoral: el derecho o privilegio de algunos a reinar sobre todos.
Además de esas tres, hubo una intentona carlista u Ortegada,(complot organizado por el general Ortega) entre la segunda y la tercera. Como la dels Matiners (Madrugadores) tuvo su centro en Cataluña, mientras que la última arrancó de las provincias vascongadas y Navarra. Luego de disipados los fuegos fatuos de estos conflictos bélicos, España conoció (por un año) la Primera República.
Las Leyes Sálicas: fueron promulgadas en el siglo VI por Clodoveo I, rey delos francos (salios). Ellas le impedían a las mujeres heredar, con la excusa de una presunta (y siempre posible) infidelidad.
Aunque en España el “ Código de las siete partidas” de Alfonso X, el Sabio mandaba otra cosa, el poder patriarcal prefirió excluir a unas en beneficio de otros. Este es el sustento para que Cristóbal Colón en su Testamento mandara que mientras hubiera un varón de su linaje, no lo heredase mujer alguna.




Es Felipe V (por ser de origen francés) quien  introduce la norma en la península ibérica en 1713. Y aunque la pragmática sanción de Carlos IV la deroga en 1789 (año de la Revolución francesa) no es promulgada sino hasta 1830, cuando nace Isabel, la hija de Fernando VII y su cuarta esposa: María Cristina de Borbón, para permitirle acceder al trono.