sábado, 27 de noviembre de 2010

El arte de la esquina

El arte de la esquina  

Boletín Mensual Nº 40 – Año 4  
Noviembre 2010  



La muerte de Marat - Jacques-Louis David





SUMARIO

La Estética del Neoclasicismo (tercera parte)
Leandro Fernández de Moratín
Giovanni Battista Pergolesi




La Estética del Neoclasicismo (tercera parte)
Lic. Alicia Grela Vázquez



El Rococó con sus formas recargadas hace que se busque posteriormente un estilo más sobrio en la construcción de edificios. Los principios arquitectónicos son ahora la claridad, el orden, y la disciplina.

Las excavaciones de Pompeya y Herculano traen consigo el vocabulario, los términos y conceptos de la Arquitectura clásica. Los especialistas se vuelcan a una forma forjada en modelos grecorromanos.

En Inglaterra Robert Adam introduce el estilo Neoclásico en las casas de campo que diseña. 


                                                                       Robert Adam




                                                                Casa Sion - Robert Adam




                                                         Osterley Park - Robert Adam



La Arquitectura británica de inspiración griega está representada por las obras de John Seoane y Robert Smirke. 



                                                        Banco de Inglaterra -  Seoane


                                                              Museo Británico - Smirke


John Nash sustituye el Neogriego  por el estilo "Regencia".



                                                           Regent Street - John Nash


Escocia da el mejor ejemplo del Neoclásico en la ciudad de Edimburgo.



Edimburgo, la Atenas del Norte



En Francia la primera fase del Neoclásico tiene como exponente a Claude Nicholas Ledoux. Pese a que representa la etapa inicial de este estilo, algunos proyectos suyos más tardíos (no ejecutados) muestran una ciudad ideal en la que las construcciones son reducidas a formas geométricas sin ornamentos.



Puerta de la ciudad de París - Ledoux


Las estructuras más sobrias preferidas por la República por su mayor claridad y orden son abandonadas al asumir Napoleón como emperador en 1804. Charles Percier y Pierre François Fontaine son sus arquitectos oficiales.


Arco de triunfo - Percier



 Campos Elíseos - Fontaine


Ellos trabajan para hacer de París una ciudad comparable a la Roma Imperial. Imponen el estilo Imperio, que en la Restauración es sucedido por el burgués, aún más desabrido y hasta insípido.

En los EE.UU. entre 1780 y 1820 se desarrolla el estilo Federal, como variante del Neoclásico, según las directivas Charles Bulfinch.



Massachusetts State House - Bulfinch


Por otra parte, Thomas Jefferson al estudiar la arquitectura romana aplicó esos conocimientos en los proyectos para la ciudad de Washington.



Ciudad de Washington - Jefferson



La Arquitectura estadounidense acaba de definirse con el estilo Neogriego que se agrega al anterior (Federal).
En España el Neoclásico se despliega en las creaciones de Ventura Rodríguez, Sabatini y Juan de Villanueva. 



Palacio de los duques de Liria - Ventura Rodríguez



La Puerta de Alcalá - Sabatini




 
Museo del Prado - Villanueva


En la América española el Neoclásico es dirigido académicamente, como lo muestran las edificaciones de norte a sur y de este a oeste. 


  Casa de la Moneda - Santiago de Chile



     Catedral de Buenos Aires - Argentina



Palacio de la minería - Méjico



Iglesia de San Francisco - Cali - Colombia



Los cánones clásicos grecorromanos se esparcen en forma latitudinal y longitudinal recreando las proporciones áureas.




Leandro Fernández de Moratín





ACTO I 
ESCENA PRIMERA DON DIEGO, SIMÓN
(Sale don Diego de su cuarto, Simón, que está sentado en una silla, se levanta) 
D. DIEGO ¿No han venido todavía?
SIMÓN No, señor.
D. DIEGO Despacio la han tomado por cierto.
SIMÓN Como su tía la quiere tanto, según parece, y no la ha visto desde que la llevaron a Guadalajara...
D. DIEGO Sí. Yo no digo que no la viese; pero con media hora de visita y cuatro lágrimas estaba concluido.
SIMÓN Ello también ha sido extraña determinación la de estarse usted dos días enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir... Y sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversación ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.
D. DIEGO Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me conocen todos, y no he querido que nadie me vea.
SIMÓN Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues ¿hay más en esto que haber acompañado usted a doña Irene hasta Guadalajara, para sacar del conventos a la niña y volvernos con ellas a Madrid?
D. DIEGO Sí, hombre; algo más hay de lo que has visto.
SIMÓN Adelante.
D. DIEGO Algo, algo... Ello tú al cabo lo has de saber, y no puede tardarse mucho... Mira, Simón, por Dios te encargo que no lo digas... Tú eres hombre de bien, y me has servido muchos años con fidelidad... Ya ves que hemos sacado a esa niña del convento y nos la llevamos a Madrid.
SIMÓN Sí, señor.
D. DIEGO Pues bien... Pero te vuelvo a encargar que a nadie lo descubras.
SIMÓN Bien está, señor. Jamás he gustado de chismes.
D. DIEGO Ya lo sé, por eso quiero fiarme de ti. Yo, la verdad, nunca había visto a tal doña Paquita; pero mediante la amistad con su madre, he tenido frecuentes noticias de ella; he leído muchas de las cartas que escribía; he visto algunas de su tía la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos informes pudiera desear acerca de sus inclinaciones y su conducta. Ya he logrado verla; he procurado observarla en estos pocos días, y a decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen escasos.
SIMÓN Sí, por cierto... Es muy linda y...
D. DIEGO Es muy linda, muy graciosa, muy humilde... Y sobre todo, ¡aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí... Y talento... Sí señor, mucho talento... Conque, para acabar de informarte, lo que yo he pensado es...
SIMÓN No hay que decírmelo.
D. DIEGO ¿No? ¿Por qué?
SIMÓN Porque ya lo adivino. Y me parece excelente idea.
D. DIEGO ¿Qué dices?
SIMÓN Excelente.
D. DIEGO ¿Conque al instante has conocido?...
SIMÓN ¿Pues no es claro?... ¡Vaya!... Dígole a usted que me parece muy buena boda. Buena, buena.
D. DIEGO Sí, señor... Yo lo he mirado bien, y lo tengo por cosa muy acertada. Seguro que sí.
D. DIEGO Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta que esté hecho.
SIMÓN Y en eso hace usted bien.
D. DIEGO Porque no todos ven las cosas de una manera, y no faltaría quien murmurase, y dijese que era una locura, y me...
SIMÓN ¿Locura? ¡Buena locura!... ¿Con una chica como ésa, eh?
D. DIEGO Pues ya ves tú. Ella es una pobre... Eso sí... Pero yo no he buscado dinero, que dineros tengo; he buscado modestia, recogimiento, virtud.
SIMÓN Eso es lo principal... Y, sobre todo, lo que usted tiene ¿para quién ha de ser?
D. DIEGO Dices bien... ¿Y sabes tú lo que es una mujer aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en todo?... Siempre lidiando con amas, que si una es mala, otra es peor, regalonas, entremetidas, habladoras, llenas de histérico, viejas, feas como demonios... No señor, vida nueva. Tendré quien me asista con amor y fidelidad, y viviremos como unos santos... Y deja que hablen y murmuren y...
SIMÓN Pero siendo a gusto de entrambos, ¿qué pueden decir?
D. DIEGO No, yo ya sé lo que dirán; pero... Dirán que la boda es desigual, que no hay proporción en la edad, que...
SIMÓN Vamos, que no me parece tan notable la diferencia. Siete u ocho años a lo más...
D. DIEGO ¡Qué, hombre! ¿Qué hablas de siete u ocho años? Si ella ha cumplido dieciséis años pocos meses ha.
SIMÓN Y bien, ¿qué?
D. DIEGO Y yo, aunque gracias a Dios esto y robusto y... Con todo eso, mis cincuenta y nueve años no hay quien me los quite.
SIMÓN Pero si yo no hablo de eso.
D. DIEGO Pues ¿de qué hablas?
SIMÓN Decía que... Vamos, o usted no acaba de explicarse, o yo lo entiendo al revés... En suma, esta Doña Paquita, ¿con quién se casa?
D. DIEGO ¿Ahora estamos ahí? Conmigo.
SIMÓN ¿Con usted?
D. DIEGO Conmigo.
SIMÓN ¡Medrados quedamos!
D. DIEGO ¿Qué dices?... Vamos, ¿qué?...
SIMÓN ¡Y pensaba yo haber adivinado!
D. DIEGO Pues ¿qué creías? ¿Para quién juzgaste que la destinaba yo?
SIMÓN Para D. Carlos, su sobrino de usted, mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias... Para ese juzgué que se guardaba la tal niña.
D. DIEGO Pues no, señor.
SIMÓN Pues bien está.
D. DIEGO ¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la había de ir a casar!... No señor; que estudie sus matemáticas.
SIMÓN Ya las estudia; o, por mejor decir, ya las enseña.
D. DIEGO Que se haga hombre de valor y...
SIMÓN ¡Valor! ¿Todavía pide usted más valor a un oficial que en la última guerra, con muy pocos que se atrevieron a seguirle, tomó dos baterías, clavó los cañones, hizo algunos prisioneros, y volvió al campo lleno de heridas y cubierto de sangre?... Pues bien satisfecho quedó usted entonces del valor de su sobrino; y yo le vi a usted más de cuatro veces llorar de alegría cuando el rey le premió con el grado de teniente coronel y una cruz de Alcántara.
D. DIEGO Sí señor; todo es verdad; pero no viene a cuento. Yo soy el que me caso.
SIMÓN Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no le asusta la diferencia de la edad, si su elección es libre...
D. DIEGO Pues ¿no ha de serlo?... ¿Y qué sacarían con engañarme? Ya ves tú la religiosa de Guadalajara si es mujer de juicio; ésta de Alcalá, aunque no la conozco, sé que es una señora de excelentes prendas; mira tú si Doña Irene querrá el bien de su hija; pues todas ellas me han dado cuantas seguridades puedo apetecer... La criada, que la ha servido en Madrid y más de cuatro años en el convento, se hace lenguas de ella; y sobre todo me ha informado de que jamás observó en esta criatura la más remota inclinación a ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos, oír misa y correr por la huerta detrás de las mariposas, y echar agua en los agujeros de las hormigas, éstas han sido su ocupación y sus diversiones... ¿Qué dices?
SIMÓN Yo nada, señor.
D. DIEGO Y no pienses tú que, a pesar de tantas seguridades, no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir ganando su amistad y su confianza, y lograr que se explique conmigo en absoluta libertad... Bien que aún hay tiempo... Sólo que aquella Doña Irene siempre la interrumpe; todo se lo habla... Y es muy buena mujer, buena...
SIMÓN En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.
D. DIEGO Sí; yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto... ¡Y qué fuera de tiempo me recomendabas al tal sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que estoy con él?
SIMÓN Pues ¿qué ha hecho?
D. DIEGO Una de las suyas... Y hasta pocos días ha no lo he sabido. El año pasado, ya lo viste. estuvo dos meses en Madrid... Y me costó buen dinero la tal visita... En fin, es mi sobrino, bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el caso de irse a Zaragoza su regimiento... Ya te acuerdas de que a muy pocos días de haber salido de Madrid recibí la noticia de su llegada.
SIMÓN Sí, señor.
D. DIEGO Y que siguió escribiéndome, aunque algo perezoso, siempre con la data de Zaragoza.
SIMÓN Así es la verdad.
D. DIEGO Pues el pícaro no estaba allí cuando me escribía las tales cartas.
SIMÓN ¿Qué dice usted?
D. DIEGO Sí señor. El día tres de julio salió de mi casa, y a fines de septiembre aún no había llegado a sus pabellones... ¿No te parece que para ir por la posta hizo muy buena diligencia?
SIMÓN Tal vez se pondría malo en el camino, y por no darle a usted pesadumbre...
D. DIEGO Nada de eso. Amores del señor oficial y devaneos que le traen loco... Por ahí en esas ciudades puede que... ¿Quién sabe? Si encuentra un par de ojos negros, ya es hombre perdido... ¡No permita Dios que me le engañe alguna bribona de estas que truecan el honor por el matrimonio!
SIMÓN ¡Oh!, no hay que temer... Y si tropieza con alguna fullera de amor, buenas cartas ha de tener para que le engañe.
D. DIEGO Me parece que están ahí... Sí. Busca al mayoral, y dile que venga, para quedar de acuerdo en la hora a que deberemos salir mañana.
SIMÓN Bien está.
D. DIEGO Ya te he dicho que no quiero que esto se trasluzca, ni... ¿Estamos?
SIMÓN No haya miedo que a nadie lo cuente. 
(Simón se va por la puerta del foro. Salen por la misma las tres mujeres con mantillas y basquiñas. Rita deja un pañuelo atado sobre la mesa, y recoge las mantillas y las dobla.)



Giovanni Battista Pergolesi


 Si la Arquitectura puede ser definida como música congelada, luego de tratar la primera, ha de considerarse la segunda en este período. Se suceden en ese tiempo tres estilos: el Barroco (remanente de la época anterior), el Clásico (o Neoclásico) y el Prerromántico.

Este siglo desarrolla nueva música instrumental y la Ópera. Aparecen nuevos instrumentos, como el piano forte, antecedente del piano actual. Las creaciones artísticas tienen en cuenta al gran público, no ya solamente a un gran señor.

Entre los grandes compositores se destaca Pergolesi.